El Instinto Animal

Lo encontré arrebujado entre unos arbustos, asustado y tembloroso, estuve a punto de tropezar con él, mientras daba una de mis carreras matinales; el bosque era el mejor escenario para encontrar el relax y, al mismo tiempo, ejercitarme. Su entorno tranquilo, el silencio, la afectuosa temperatura, su amable atmósfera… Me hacían escapar de mi rutina y regresar a casa cargada de energía y optimismo.

Fotografía de un cachorro de lobo en el entorno de un bosque. Sus ojos, tiernos, dulces e inquisitivos, miran directamente a la cámara.
El fondo está desenfocado y en la parte frontal se pueden ver piedras y musgos. Predominan los verdes del bosque y los marrones del animal.
Imagen de Freepik, modificada por JascNet.

Sin embargo, aquella mañana regresé con esta monada en los brazos; no me pude resistir. Cuando me acerqué a él, tan pequeño, tan triste, tan desolado, me miró con esos ojos que gritaban mucho más que las palabras. En ellos interpreté claramente: «¡sálvame!».

Ya en casa, le di de comer y beber, lo bañé, lo acaricié y mimé como si fuera el peluche más preciado que nunca me hubieran regalado. Sus ojos, de nuevo, me mostraron tanto agradecimiento, que lo abracé y lloré. Creo que me hizo darme cuenta de lo sola que también yo estaba. Hasta ahora.

Su aspecto me quiso recordar a un muñeco que tuve de pequeña, aunque no estaba segura. También podría haber sido un regalo fallido, un sueño, un anhelo, no lo sé. Pero por eso lo llamé Wolfy.

Pasaron los días y el cachorro fue creciendo, saludable y enérgico. Nuestra conexión se fortaleció de tal forma que llegó un momento en que parecía que nos conocíamos de toda la vida.

Me acompañaba en mis galopadas tempranas y sentía el bosque con la misma intensidad que yo. De hecho, se notaba que lo llevaba dentro. Suponía que lo habían abandonado, pero, al ver como se integraba con él, dudaba si no habría nacido allí mismo.

Como tenía que pasar muchas horas fuera de casa, le practiqué una pequeña portilla al portón, a modo de gatera, para que pudiera salir a hacer sus necesidades. De esta forma, le daba la libertad necesaria para que nunca pensara que su hogar era también su prisión.

Mi vida había mejorado de forma extraordinaria… Hasta que llegó el caos. Como decía mi madre: «disfruta de la alegría, porque nunca dura demasiado».

Todo cambió cuando empezaron a ocurrir cosas en el barrio. Un gato desaparecido, que nunca regresó; una jaula vacía, tan solo llena de plumas deshojadas; aterradores bramidos, que espantaba a los vecinos; y un bosque que empezaba a dar miedo, en lugar de recogimiento.

Cuando se lo comentaba a mi compañero peludo, él bajaba la cabeza y desviaba la vista. Yo ya había dado por supuesto que me entendía y aquella forma de actuar me empezó a sugestionar. ¿Tendría él algo que ver con esas cosas? ¡Imposible! Su cara era angelical, su aspecto tierno, su mirada bondadosa. Nunca me había respondido airado, ni siquiera cuando le regañaba. ¡No, de ninguna manera! El culpable de esos desaguisados debía ser otro animal.

No obstante, esta incertidumbre se fue haciendo dueña de mis tripas y comencé a sentirme mal. Dormía fatal y durante el día tenía fuertes dolores de barriga, a pesar del hambre que parecía no faltarme. La alegría y bienestar que Wolfy me había concedido, se estaba trastocando en malestar y angustia. Nuestra relación, por mi recelo, se estaba deteriorando.

Los malos sueños se convirtieron en pesadilla la noche en que me despertó con sus gruñidos y lametones. Tenía todo el hocico rojo, sanguíneo, así como sus patas. Había huellas que llegaban hasta la puerta de entrada, llenas de barro y sangre. Lo miré y me llevé las manos a la boca intentando no gritar.

Mancha de sangre en el suelo. Por su aspecto, parece una huella, pero no se puede distinguir de qué o quién.
Imagen de MIH83 en Pixabay.

A la mañana siguiente, lo lavé concienzudamente, limpié el piso y, después de pensarlo mucho, lo llevé a un veterinario; no lo habían visto desde que era un cachorro. Pero, en lugar de contarle lo sucedido, le dije que lo encontraba raro estos últimos días, que le hiciera un chequeo completo.

Después de esperar, intranquila y angustiada, casi una hora, el médico me informó que no le había detectado ningún problema. Estaba espléndido para ser un perro-lobo.

Ante mi desconcertada expresión, me comentó que creía que lo sabía o, al menos, eso debía haberme dicho el anterior veterinario. Son animales difíciles de atender en un ambiente doméstico, pero que, si se le tenía bien cuidado y alimentado, no debería haber ningún problema.

Salí de la consulta embargada por el pánico. ¿Había estado cuidando de una bestia sin saberlo?

Al llegar a casa, volvió a mirarme con esos ojos que me transmitían tanta ternura y amor. Si él había sido el causante de los estragos en el barrio, podía ponerle remedio. Tenía que alimentarlo mejor, asegurar la gatera, hablarle, hacerle comprender que no tenía necesidad de actuar como un animal salvaje.

Cuando le hablaba, sentía que me comprendía. Teníamos un vínculo e íbamos a solucionarlo todo.

Pasaron un par de semanas y no se volvió a escuchar ningún rumor extraordinario en el barrio. Me sentía dichosa y tranquila. Todo había pasado, las cosas regresaban a la normalidad.

Lo que no desaparecieron fueron mis pesadillas. Soñaba que corría por el bosque y me encontraba con un enorme lobo y juntos corríamos y corríamos, hasta que todo se tornaba rojo. En ese momento, me despertaba jadeando, sudando, temblando. Buscaba, rápidamente, con la mirada a Worfy, pero lo encontraba dormido plácidamente en su cesto. A pesar de no poder volver a conciliar el sueño, la pacífica vista de mi compañero me seducía una calmosa tranquilidad.

Hasta que todo regresó.

Me desperté sobresaltada al notar un peso en mi pecho, abrí los ojos y solo pude ver la cara de Wolfy. Su hocico chorreaba sangre. Me estaba lambiendo la cara y pringándomela de esa rojez. Me levanté asustada, con mi desnudo cuerpo ensangrentado, y lo arrojé fuera de la cama. Ante mi grito, salió corriendo, se rebujó en su cama y se tapó la cara con las patas. ¡No me lo podía creer!

Por la mañana me enteré de que habían encontrado a una persona en el bosque, desgarrada, medio devorada, con los ojos mostrando el pánico que tuve que pasar.

Me costó media vida, pero tuve que hacerlo. Tenía que tomar una decisión. Una cosa era atacar a otras mascotas, otra muy distinta lo que había pasado.

Con lágrimas incontenibles y el corazón destrozado busqué en Internet algún medio drástico, pero benévolo, de hacerlo dormir para siempre. Me daba un miedo horrible llevarlo a alguna parte y confesar lo que había hecho. No creo que fueran tan complacientes como yo.

Encontré unas pastillas que podía comprar sin receta y se las di mezcladas con la comida. Antes de comérselas me miró, juraría que sabía lo que le estaba haciendo. ¡Su mirada! Esa mirada me acompañaría de por vida.

Lo dejé comer tranquilo, no soportaba verlo caer en el letargo al que lo estaba empujando.

Más tarde, lo encontré con la apariencia de estar dormido, en un sereno y vasto sueño. Lo abracé, bañándolo con mis lágrimas. Me lo llevé al bosque, el que siempre había sido nuestro segundo hogar, y lo enterré en el mismo lugar en donde lo encontré.

Pasé varios días sin poder controlar el llanto, la tristeza se había adueñado de mi vida. Ni iba a trabajar, ni salía a correr, ni siquiera escapaba al supermercado. A pesar del hambre, solo quería injerir líquido para evitar deshidratarme.

Al menos, todo había terminado.

O eso creía.

Dos noches más tarde, volví a tener la misma pesadilla, aunque esta vez mucho más intensa y violenta. Me desperté gritando y empapada. Sentía la boca pastosa y estaba tremendamente cansada. Me levanté febril y me dirigí al cuarto de baño, sin darme cuenta de las manchas que iba dejando. Al mirarme en el espejo, comprendí mi nefasto y espantoso error.

Tenía las manos y la boca llena de sangre, con restos entre mis dientes.

La Bestia era yo.

Relato escrito para la propuesta literaria del VadeReto de este mes:
Crea una historia de terror con un animal doméstico o una mascota.

P.D.: Cabecera creada a partir de Imagen de SplitShire en Pixabay.

P.D.2: Si veis cualquier errata, incongruencia, algo que os chirría… No dejéis de comentarme. Por muchas revisiones que haga siempre se me colará alguna. Gracias.

7 comentarios en “El Instinto Animal

  1. Pingback: VadeReto (MAYO 2024).- | Acervo de Letras

  2. Hola, José Antonio, ostras, menudo final. Pensaba que el «cachorrito» no estaba muerto y regresaba de su tumba, pero…, ese final es todavía más escalofriante.

    Muy bien narrado.

    Un abrazo. 🙂

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    • Hola, Merche.

      Pues no había pensado en esa opción. Creo que tendría que leer antes Cementerio de Animales de Mr. King.

      En este relato quería plasmar varios tipos de terrores: el evidente, que primero va matando mascotas y después personas; el de la protagonista, al darse cuenta de que ella es la auténtica bestia; y, quizás, el más horroroso, haber sacrificado a su compañero, totalmente inocente.

      Muchas gracias por tus palabras.

      Abrazo grande

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  3. ¿Pero qué?

    ¿Has hecho trampas en tu propio reto, José Antonio?

    ¿No se suponía que la bestia debía tratarse de un animal domésticado?

    ¡Y has hecho que sea una persona!

    Muy inteligente de tu parte, la bestia más feroz – cada vez tengo menos dudas- es el Homo Sapiens. Y no lo digo por tu protagonista. Lo digo por quienes tienen verdadera maldad.

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    • Uhm, ¿no somos los humanos bestias domesticadas, Noelia? 😂😂😂

      Has llegado a la misma conclusión que yo llegué cuando se me ocurrió esta idea (idea que ya he barajado en otros relatos, como recordarás). Por eso pensé otra cosa y surgió el pececillo de la Trastienda del Dragón, para no ser tan rebelde en mi propio VadeReto. 😜😝

      El Homo Sapiens Fullerus siempre sobrepasará la crueldad de cualquier animal, por el simple hecho de que usa la violencia de forma gratuita. No para comer, ni por subsistencia, necesidad o defensa, simplemente por placer o para obtener algún tipo de interés.

      Mi protagonista no es mala por decisión, de ahí el título. Es un engaño, pensando que hace referencia al cachorro de lobo, pero, en realidad, es la condición de esta especia de mujer-loba; su instinto manda.

      Muchas gracias por tus comentarios y tu traviesa crítica.

      Abrazo grande y peludo.

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    • Hola, Ana.

      Me encantó que te gustara.

      La idea que comentas planeo por mi cabeza en algunos momentos, pero preferí alejarme de la «bestia» natural para darle protagonismo a la nuestra interior.

      Muchísimas gracias.

      Un Abrazo.

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