La Feria de la Ilusión

El sábado anochecía ofreciendo su oscuridad, su melancolía, su desidia, su indiferencia, su pesadez… Como todas las semanas.

Miró por la ventana y contempló la dañina soledad en que vivía. Ni siquiera se escuchaban ladridos lastimeros y errantes, ni los trinos de un insomnio tardío, o el cautivador aullido de la Luna.

Suspiró un par de veces, con profundidad y determinación, y se atrevió.

Necesitaba perderse entre el bullicio y la amalgama de la multitud, y la Feria que acababa de acampar en la ciudad le planteaba la excusa perfecta.

Fotografía de un Feria típica. Con su noria, sus barracones y atracciones, llena de luces y colores.
Imagen de JingSun en Pixabay.

Al llegar, la primera conmoción fue el ruido. El estridente sonar de la música machacona intentaba encubrir el griterío de un público ávido de fuertes emociones. El Pulpo, el Látigo, los Coches-Choques, el Tiovivo, el Tren de los Escobazos, la Casa del Terror… Parecía haber descendido en el tiempo y estar reviviendo de nuevo los años ochenta. Hacía mucho que no visitaba una feria, pero, acaso, no habían evolucionado las atracciones.

Siguió paseando entre los puestos de algodón de azúcar, manzanas caramelizadas, coco recién cortado, turrón perenne… Las barracas de tiro al pato, globos reventados por punzantes dardos, pesca de patos con sorpresa… La gran tómbola que te permitía optar por un balón puro de reglamento, por una bicicleta, por el perrito piloto o por una muñeca chochona…

Se sintió distinto, tan ágil y radiante que creyó haberse transformado en el niño que fue.

Se miró en el espejo que anunciaba al laberinto de los reflejos y lo que más le sorprendió fue su sonrisa, blanca, inmensa, sincera. ¿Cuánto hacía que no la veía?

Siguió deambulando entre aquella fantasía que se agolpaba en caminos interminables, fascinado y embrujado.

Vio una grandísima carpa cuyo vociferante presentador —luciendo una llamativa librea roja, una chistera altísima y un prominente bigote—, prometía las mayores rarezas del mundo: la mujer barbuda, el hombre más fuerte del mundo, el más alto y el más pequeño… Pero también, decía, llevando la voz hasta casi el susurro, un monstruo de dos cabezas, un vampiro, un hombre lobo e incluso una sirena.

Hizo intención de entrar cuando se dio cuenta de que llevaba unos pantalones cortos con los bolsillos casi tan vacíos como sus esperanzas. Metió la mano en uno de ellos y solo sacó dos monedas, relucientes, como el falso oro, pero insuficientes para la entrada al recinto del Circus Freak, como anunciaba su deslumbrante cartel.

Sin embargo, su sonrisa volvió a florecer al descubrir, junto a la carpa y casi oculto entre los árboles, un pequeño barracón, tan modesto y pequeño que podría haber pasado por delante sin leer el único cartel que anunciaba su motivo:

Si quieres conocer tu FUTURO…
Entra y te haré un CONJURO.

Cuando se fijó mejor, pudo vislumbrar, pintado burdamente encima de las cortinas que hacían de entrada, una sola palabra: ORÁCULO.

Al acercarse, por arte de magia, apareció a su derecha una aldaba que mostraba la cara de lo que parecía un monstruo mitológico, una gárgola, un ser que sostenía en su boca el llamador.

Sintió algo de temor y recelo, parecía tan vívido.

Pero ya no era el adulto temeroso y angustiado que había salido aquella noche sin rumbo. Había regresado el niño osado, impulsivo y curioso que se perdió alguna vez en el tiempo.

Acercó su mano al extraño objeto de bronce y cuando agarraba la argolla, la criatura abrió los ojos y comenzó a hablar:

—¡Bienvenido, pequeño visitante! —dijo con una voz solemne y hueca, con el inverosímil eco del metal—. Por solo dos monedas podrás descubrir tu futuro. La Señora del Oráculo te espera dentro.

Del susto casi se cayó de culo. Pero, enseguida, el miedo fue sustituido por la excitación del descubrimiento. El adulto habría salido corriendo lleno de pavor, el niño recompuso su porte y atravesó las cortinas.

Sus ojos y su boca parecían querer expandirse más allá de su limitada cara. Lo que externamente simulaba un insignificante chamizo, por dentro se antojaba un extenso e incalculable espacio, un universo producto de alucinaciones o un sueño febril.

Como diría cualquier visitante de la TARDIS: «Es mucho más grande por dentro que por fuera», pensó con nostalgia recordando su serie favorita.

El recinto estaba repleto de vegetación. Había árboles que se perdían hacia el invisible techo, jardines que olían a recién cortado, parterres abarrotados de flores de todos los tipos y colores, y una luz, proveniente de todas partes, cálida y confortable, que le hacía sentirse como en los campos de su niñez.

Avanzó, dando pequeños saltos, girando como una peonza, sintiendo una ilusoria brisa que le besaba la cara y le despeinaba, hasta que, sin darse cuenta, llegó a una pequeña placita en dónde había sentada una mujer, junto a una mesa redonda, humildemente adornada con un paño de vivos colores. Por su atuendo, de apariencia cíngara, debía ser la Pitonisa, la Señora del Oráculo.

Cuando se acercó y pudo contemplar sus facciones, quedó asombrado y encantado. Esperaba encontrarse con una anciana, de apariencia casi hostil y longeva, sin embargo, era una mujer joven, lozana, hermosa, con unos grandísimos ojos negros, bellísimos y llenos de energía.

—Puedes sentarte, mi pequeño invitado —le cantó con una voz que lo enamoró de inmediato.

La mujer esperó pacientemente hasta que el niño consiguió acomodarse y relajar su entusiasta postura.

—Dime que te trae hasta este mi hogar —volvió a sonar su voz dulce y melodiosa.

—Desearía… conocer… mi… futuro —dijo el pequeño, soltando cada palabra con un gran esfuerzo.

La chica sonrió y, con ello, logró aumentar aún más su belleza.

—¿Cuál de ellos? —preguntó— El que has vivido o el que te hubiera gustado vivir.

Con el descomunal peso de la realidad, el niño regresó a su cuerpo de adulto y miró asombrado a la mujer.

—Tranquilo, no te asustes —lo reconfortó ella—. Sé quién eres y lo que has venido a buscar. Pero necesito que te muestres tal y como eres.

Con un simple guiño y su inacabable sonrisa, consiguió bajarle las pulsaciones. Lo arropó con su mirada, con aquellos ojos que parecían capaces de leerle hasta el alma.

Súbitamente, adormeciendo la agitación que comenzaba a poseerlo, todo a su alrededor desapareció y fue sustituido por una negrura impenetrable. El niño-hombre solo era capaz de percibir a la mujer que tenía enfrente, la mesa y una bola de cristal que había aparecido sobre ella. Esta parecía, con su fulgor, ser la única fuente de luz del escueto emplazamiento en que se había convertido aquel extraño mundo.

La imagen muestra unas manos arrugadas y delicadas que sostienen una esfera de cristal. Las manos parecen ser de una persona mayor, debido a la piel envejecida y las venas prominentes. La esfera de cristal tiene un brillo misterioso y parece contener pequeñas luces o estrellas en su interior, dándole un aspecto mágico o sobrenatural. El fondo está oscuro, lo que resalta aún más la luminosidad de la esfera y crea una atmósfera enigmática y mística. La imagen transmite una sensación de sabiduría antigua y poder místico.
Imagen de MyShoun en Pixabay.

Él se agarró las manos y se retorció los dedos, intentando controlar su estremecimiento. Ella volvió a sonreír. Eso fue suficiente para apaciguarlo y dejarlo expectante ante aquella esfera que se empeñaba en captar su atención.

La chica pasó sus manos alrededor del cristal —aunque ágiles y fuertes, estas parecían haber envejecido siglos—, y en una singular danza, hizo aparecer dentro imágenes difusas que bailaban al ritmo de sus pases mágicos.

Durante lo que pareció una eternidad, la mujer no dijo nada, se limitó a mirar dentro de la bola, levantar la vista, de vez en cuando, y mirarlo sin dejar de dedicarle aquella condescendiente sonrisa.

—¿Sabes que a cada paso que das se muestra ante ti un futuro diferente? —dijo de repente, provocándole un sobresalto.

—Yo… no… Mi vida es… Mis pasos fueron. —El ahora hombre fue incapaz de hilar una frase coherente. Calló y sintió como las lágrimas se empeñaban en escapar.

—La bola no engaña, sin embargo, no soy capaz de ver tu futuro. ¿Sabes por qué?

—No.

—Porque tu futuro está por descubrir.

—¿Cómo?

—Atrévete a dar solo un primer paso, sin pensar en el siguiente. Mira al frente con decisión y evita que el pasado te guie. Solo déjate vivir.

Lo miró, con aquellos bellísimos ojos negros, capaces de derribar las más recias murallas, y con aquella sonrisa experta en contagiar las promesas más esperanzadoras.

Él fue a decir algo, pero no le dio tiempo. La bola extinguió su luminosidad y con ella todo se apagó.

Parpadeó un par de veces, agitó frenéticamente su cabeza y escrutó su entorno.

¡No había nada!

Ni el mundo ilusorio del Oráculo, ni la cabaña de la Pitonisa, ni siquiera las ineludibles huellas de la feria.

Se encontraba en un parque, alumbrado solo por escasas farolas, recostado en un banco desvencijado y solitario.

Siguió mirando desconcertado y comenzó a pensar que todo había sido… ¿Un sueño? ¡Imposible! Él no era capaz de soñar tan vívidamente. Además, lo recordaba todo, cada detalle, cada olor, cada color, cada sonido, cada emoción.

Agachó la cabeza y se miró las manos, manchadas del polvo y el verdín del banco. Una de ellas se mostraba con el puño cerrado, con los nudillos blancos por la tensión. Giró la muñeca, abrió la mano y vio como en su palma aparecían dos monedas. Aquellas dos monedas que el niño encontró.

Comenzó a llorar y a reír, a reír y a llorar, con arrebato y desahogo.

—¿Un sueño? —repitió en voz alta—. ¡No! —gritó—. Prefiero creer en la magia y la fantasía.

Apretó de nuevo con fuerza las monedas en su puño y se levantó del banco.

Recordó las palabras de la Señora del Oráculo y, mirando a derecha e izquierda, cerró los ojos y dio un primer paso. Comenzó a sonreír y dio un segundo, dio un tercero, un cuarto, un quinto… Cuando volvió a abrir los ojos se encontraba fuera del parque, en la carretera que conducía a su hogar.

Soltó un par de carcajadas y dándole la espalda, se encamino en el sentido opuesto a su casa.

«¿Hacia dónde?», pensó.

Volvió a recordar las palabras de la adivina y, sin dejar de sonreír, comenzó a andar. Ya se encargaría el propio destino de mostrarse.

El Futuro está por descubrir.

Relato escrito para la propuesta literaria del VadeReto de este mes:
El protagonista está en una Feria y entra en lo que parece la barraca de una Pitonisa, Adivinadora, Sacerdotisa, Sibila, Vidente.
Cuéntanos qué pasa cuando traspase las cortinas del recinto.

P.D.: Cabecera creada a partir de Imagen de Harut Movsisyan en Pixabay.

P.D.2: Si veis cualquier errata, incongruencia, algo que os chirría… No dejéis de comentarme. Por muchas revisiones que haga siempre se me colará alguna. Gracias.

11 comentarios en “La Feria de la Ilusión

  1. Pingback: VADERETO (JUNIO 2024).- | Acervo de Letras

  2. Hola, José Antonio, es decir que ni el destino, ni las brujas que adivinan tu futuro con cartas y/o posos de café o sus sucedáneos, ni siquiera el pulpo aquel que pronosticaba quién iba a ganar en no sé qué competición deportiva, ¿no existe nada de eso? ¿Nada? Entonces, ¿qué pasará mañana? ¿Ganará España?

    Jajajajajajaja.

    Muy bueno. Genial escrito, me ha recordado a lo que yo siempre digo y se oye por ahí: fluye por la vida y déjate llevar…

    Buen futuro, mago de las letras.

    Un abrazo. 🙂

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    • Hola, Merche.

      ¿Tú crees que si toda esa gente que adivina el futuro fuera real, no iba a estar viviendo en un paraíso caribeño después de acertar la bonoloto, en vez de tener que disfrazarse para llegar a fin de mes? 😅😂

      Alguno de mis ancestros, no recuerdo cuál, siempre decía: «Primero, ayúdate a ti mismo, luego ya, si el destino quiere echar una mano, se encontrará el camino empezado». 😜🤟🏼

      ¿Que si España ganará? Oyoyyy, yo no me discuto de política. 😝

      Me alegra que te gustara mi locura. Muchas gracias.

      Abrazo grande desde la bola (la del mundo, no la de cristal). 😉❤️

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  3. Siempre sin saber el futuro.

    Siempre recordando el pasado.

    Pero siempre estamos, en el presente, anclados.

    Pero cambiando imperceptiblemente a veces, y otras, a base de fieros empujones.

    La vida es una carrera con principio y meta en la que nos entretenemos por el camino.

    Algunos cogen atajos, otros se estrellan por el camino.

    Unos recorren un muy largo camino y otros, no oirán jamás el pistoletazo de salida.

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  4. Hola José, me ha gustado mucho tu relato, cómo haces las transiciones de la actitud del protagonista, de niño a hombre y viceversa. Me parece que le diste un enfoque diferente a los demás relatos con la clásica adivina que te dice el futuro. Acá no lo dijo, pero impulsó al niño-hombre a buscar su propio camino. Tiene un mensaje precioso tu historia. Me gusta también el final y el sentimiento de aventura que aporta. Enhorabuena. Abrazote.

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    • Sí, Ana. Quise destacar esa doble forma de ver y sentir las cosas, tan distintas y tan especiales: infantil y adulto.

      Creo que cuando regresamos a esos sitios que nos impactaron e hicieron vivir momentos tan especiales, siempre sale el niño interior, por mucho que nos empeñemos en reprimirlo.

      Con respecto al final, ya lo he comentado, creo que la mejor ayuda es la que nos damos nosotros mismos. Es un camino duro y difícil, pero nos hacemos fuertes a base de caernos, levantarnos y siguiendo hacia delante, a veces, emprendiendo caminos nuevos.

      Muchas gracias por tus palabras. Me alegra que te gustara mi relato.

      Abrazo grande.

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  5. Estupendo relato paisano. Muy bien narrado porque vas conduciendo al lector, despertando los sentidos: nos paseas por la feria. La historia tiene contenido y enseñanza: efectivamente el futuro sale a nuestro encuentro cada día porque cada día lo construye. Muy buena aportación. Un abrazo!

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  6. Al laberinto de los reflejos… Ya solo pensarlo es muy significativo cuanto más el oráculo que tras la conversación desaparece sorprendentemente. Supongo que el mensaje en si es que solo él puede decidir su futuro. Un texto muy descriptivo que nos hace participe de sus inquietudes y sensaciones. Un abrazo y un aplauso.

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    • Hola, Nuria.

      Efectivamente. Nos empeñamos en buscar indicios o consejos para encaminar nuestra vida, cuando somos nosotros mismos los que debemos determinar nuestros pasos.

      A veces, solo es necesario dar un primer paso, los demás cuestan menos trabajo.

      Muchas gracias por tus palabras, me alegro de que lo disfrutaras.

      Abrazo grande.

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