Midad y Cala son una
pareja de chicos como otra cualquiera. Visten a la moda, viven al día y tienen
muchas ganas de disfrutar de la vida. Al menos, eso piensas, mientras los ves
venir de la mano por la calle, tranquilos y animosos. Hasta que Cala se engancha su chaqueta en el
retrovisor de un coche y se estampa contra el capó. Y Midad, que siempre va mirando el móvil, se encuentra en su camino
con una farola y, después de saludarle de frente, cae de espaldas en la acera
como un saco de pienso. Son una pareja como otra cualquiera, quizás más
despistada de lo habitual.
Cala trabajaba en la cocina de una hamburguesería y todo le iba
bien hasta que un día, después de poner la carne en el asador, le dio por
pensar en la filósofa de la vida. Se dijo a sí misma: ¿Y si este mundo fuera el
infierno de otro planeta? Y elucubrando los males que asolan esta
tierra. La hambruna y miseria de muchas zonas devastadas por la guerra o la desidia
de sus mandatarios. La desigualdad en las regiones mal-llamadas del primer
mundo, donde cada vez existe una brecha más amplia entre ricos y pobres. Pensando,
pensando que a lo mejor había algo de razón… Despertó de pronto con gran
sobresalto de su onírica reflexión porque había salido ardiendo media cocina y
ya se escuchaban las sirenas de los bomberos en la lejanía. Otro trabajo de
corta duración.
Midad no era tanto de pensar como de desconectar. Trabajaba como
reponedor en un supermercado y siempre estaba en apariencia embelesada. Cuando
muchos creían que su mente divagaba sobre los grandes misterios del universo o
las premisas de la insuficiencia del hombre en el plano terrenal, en realidad
estaba en babia y tenía la mente más en blanco que un oso polar comiendo helado
de nata en el hielo blanco del Ártico. Un día que estaba descargando un palé en
el almacén se quedó estático, inmóvil, como si le hubiera fallado la batería y
hubiera entrado en desconexión total. El encargado, que ya andaba un poco
cansado de sus “descansos”, le gritó: «Si no te gusta donde estás,
muévete; no eres un árbol«. Del susto pegó un salto y cayó contra
una de las inmensas estanterías que soportaban el peso de cientos de cajas de
productos. Estas, como si fueran fichas de dominó, fueron cayendo una tras otra
hasta quedar el almacén igual que si hubiera pasado un tornado. Otro empleo de
corta duración.
Cada uno por su lado
son un desastre constante y andan siempre esquivando las desdichas y suspirando
por una vida sin sobresaltos. Sin embargo, cuando se encuentran y comparten sus
andanzas, Cala y Midad, se ríen y son felices. Juntos respiran una vida diferente.
No pueden existir uno sin el otro. Eso sí, siguen siendo la diversión de la diosa fortuna que se burla del mundo a
través de ellos. Por eso ahora, los dos sentados en el suelo se ríen como locos
de sus torpes andanzas.