Lo que se Esconde entre la Niebla

En el día de mi séptimo cumpleaños celebramos una gran fiesta en la casona de mis abuelos. Fue un día maravilloso, disfrutando de los dulces, las risas, los juegos y la alegría de contar con mis amigos. Pero la noche fue todavía más increíble.

Me acosté reventado y me cobijé entre las mantas, deseando que su calor me adormeciera viajando entre felices sueños y esperando que la mañana tardara en llegar, porque necesitaba muchísimas horas de descanso.

Cerré los ojos y, aunque las imágenes del día revoloteaban traviesas e inconexas en mi cabeza, debí caer rápidamente dormido, porque desperté asustado y desorientado en medio de la noche.

Por un instante, creía estar todavía en la fiesta, rodeado de la algarabía estruendosa de la celebración. Sin embargo, el silencio era contundente y la oscuridad de la habitación solo se veía profanada por rendijas de luz que se atrevían a penetrar por entre las cortinas. Supuse que la luna, en su máximo esplendor, batallaba contra las tinieblas de la noche. Su brillante intensidad gritaba invitándome a escudriñar por el balcón.

La curiosidad y la valentía, que me daban mi inocente mocedad, me hizo levantarme y curiosear el exterior y lo que vi, primero me aterró y luego me cautivó. Una inmensa, turbia y blanquecina niebla había creado un impresionante paisaje que me impedía ver más allá de los cristales. Los jirones, de ese extraño humo, bailoteaban en el aire y la luz de la luna, atravesando esas extrañas colgaduras, creaba increíbles coreografías. Una extraña voz, que resonaba en mi cabeza, me impelía a salir fuera.

Como amante de las aventuras y, sin el miedo que da la adultez, abrí las puertas del balcón. Sin los límites del cristal, la vaporosa criatura, que flotaba ingrávida, penetró sin permiso en la habitación. Me sentí efusivamente secuestrado en un abrazo tenebroso, pero increíblemente acogedor. De forma inconsciente, el terror se transformó en curiosidad y el recelo en osadía. Con decisión, atravesé la falsa seguridad de los postigos y me adentré en la niebla. Algo o alguien me insuflaba una extraña valentía que en otras ocasiones siempre eché en falta.

Al principio, el frío me hizo tiritar bajo mi escueto pijama, la humedad me hacía sentir como si me hubiera lanzado a una piscina. Luego, poco a poco, el entusiasmo, la excitación y la temeridad de la aventura fueron calentándome la sangre. Empecé a corretear entre los apenas visibles árboles y descubrí un mundo fabuloso e insólito.

Imágenes ocultas entre la bruma se fueron haciendo nítidas y aparecieron maravillosas criaturas como salidas de cuentos de hadas: un potrillo saltando divertido, blanco como la nieve recién caída, con un cuerno colorido en la frente; un cervatillo, levantándose sobre sus patas traseras, tocaba una hermosa melodía con su flauta; una pandilla de enanos, alborotando con su estruendosamente risa, se daban empujones y caían al suelo en una cómica representación; una bellísima joven, de larguísima melena del mismo color que el agua, nadaba en un pequeño lago y, de vez en cuando, mostraba su escamosa y brillante cola de pez; una miríada de pequeños insectos emitían luces de colores, que al verlos de cerca resultaban ser diminutos seres voladores; un caballo extendía sus enormes alas blancas con intención de elevarse en un vuelo magistral; una espléndida águila se giró para mirarme, mostrando su insólita cabeza de mujer…

Fotomontaje creado sobre un fondo de un bosque verdoso lleno de neblina.
Entre los árboles se pueden ver, difuminados y casi escondidos, un unicornio alado, un par de hadas, una sirena que flota en el aire, un fauno y un enano.
Toda la composición está realizada a partir de las imágenes acreditadas al final de la entrada.
Créditos de las imágenes usadas para el fotomontaje al final de la entrada.

No salía de mi asombro y disfrutaba con cada aparición como si estuviera en una misteriosa y excepcional feria de rarezas fantásticas. Saltaba, bailaba, gritaba, reía con cada criatura. Para mí era una extensión de la fiesta que había disfrutado durante ese extraordinario día.

De repente, en la neblina emergió una gran voz sin boca.

—¡No temas, pequeño! Bienvenido al mundo de Fantasía —me dijo con entonación profunda y grave, pero dulcificando la inflexión de cada sílaba hasta transmitirme una increíble calma—. ¡Déjame que te enseñe!

Era tal la belleza y la fascinación por lo que estaba descubriendo que, en lugar de salir corriendo asustado, asentí complacido y me mostré deseoso de conocer más cosas de ese fantástico mundo. Así, el etéreo cuentacuentos me fue relatando historias en donde todos estos personajes tenían su protagonismo.

En la mañana, mis abuelos me encontraron entre los árboles, acurrucado en el suelo cerca del balcón, arropado entre la hojarasca algodonosa y cálida, plácidamente dormido. Alertados al no encontrarme en la cama, había salido aterrados a buscarme. Al ver que no había sufrido ningún daño, me abrazaron, me besaron y me hicieron prometer que nunca más abandonaría la protección de la casa y el abrigo de la habitación. Por respeto a ellos y a su amor, así lo hice.

Cuando les conté mi aventura nocturna, sonrieron benévolos y me aseguraron que todo había sido un sueño, aunque yo no quise creerlos. Respeté la promesa echa, pero no dejé cada noche de asomarme a los cristales de la imaginación. Deseaba conocer nuevos personajes, nuevas historias, nuevas aventuras. Por la mañana lo transcribía todo, frenética y apasionadamente, en mis cuadernos, creando este fantástico e insólito diario de CuentaCuentos.

Este relato se corresponde con la propuesta para el VadeReto de este mes:
Crea una historia que se escenifique en la NIEBLA.

Créditos de las imágenes usadas:
– Fondo de la cabecera y del fotomontaje de Darkmoon_Art en Pixabay.
– Hada Alada de Stefan Keller en Pixabay.
– Enano de piedra de Wolfgang Eckert en Pixabay.
– Hada Bailarina de SilviaP_Design en Pixabay.
– Sirena de Dina Dee en Pixabay.
– Unicornio/Pegaso de Elaina Morgan en Pixabay