Hoy es el día de mi muerte. Me lo repito mentalmente, mientras me hundo en estas frías y cristalinas aguas que se van volviendo oscuras y opacas. Miro hacia arriba, mis últimas burbujas de aire se elevan creando una estela de serenidad, que pasa del azul al verde hasta explotar en la superficie y gritar con el blanco de la espuma. Se va perdiendo la luz del sol que rebota en las pequeñas ondas, producidas por mi zambullida, y conforme me adentro en la oscuridad me digo a mí mismo: ya no hay vuelta atrás.
Lo sabía mucho antes de saltar. En el momento en que tomé la decisión de abandonar este cuerpo. En el justo instante en que me atreví a dar un paso más allá del acantilado. Cuando decidí ir al encuentro de las turquesas aguas. Cuando mis pies dejaron de sentir la firmeza del suelo y creí volar por unos míseros instantes, hasta que la gravedad me impulsó violentamente contra el azul espejo.
Mi mente empieza a hacer la selección de las imágenes que formaron parte de mi vida. Tantas vivencias, tantas experiencias, tantas aventuras y desventuras incapaces de sentir en una sola vida que me hacen perder el sentido mientras embotan mi cabeza. Personas, lugares, sentimientos. Una maravillosa familia que no me llorará, porque hace tiempo que me dejó, pues soy el más longevo. Tal vez haya quien me añore, quien me sueñe o quién me recuerde, pero el tiempo irá difuminando mi actual existencia. Mejor así. Mis amigos no han puesto reparo, saben que necesito morir. Es la única forma de dejar atrás todo lo que soy, lo que hice, en lo que me convertí. Este cuerpo ya no me obedece y se muestra reacio a esforzarse un día más. Ya no hay vuelta atrás.
Mientras su cuerpo se deposita con suavidad en el fondo, una última burbuja expele de su boca y asciende muy lentamente, recorriendo el camino inverso al cuerpo, hasta salir a la superficie, donde huye dejando espuma y pequeñas gotas que saltan y agujerean el cielo espejado en el mar. La perfecta esfera parece absorber una porción de ambos, encerrándolos en su transparente jaula y se pasea bailando y dando vueltas, desconcertada, intentando orientarse en su nueva naturaleza.
Se impulsa hacia el este y regresa, inicia un tímido recorrido hacia el norte y vuelve, desecha el oeste y contempla fijamente el sur. No mira con los ojos, pues no tiene, pero sabe ver sin ellos. Divisa la playa al fondo y, flotando impulsada por la suave brisa, hacia allí se dirige.
Conforme se va acercando a la orilla comienza a vislumbra una pequeña multitud. Parecen celebrar algo. Bailan sobre la arena y cantan felices, pero no distingue las notas de la melodía, ni las palabras que entonan las canciones. Visten de manera informal, con atuendo playero, y llevan adornos festivos. Todo está pintado con tonalidades azules, o eso piensa ella al verlos a través de la capa esférica que la mantiene en vilo.
Aunque su translúcida apariencia se camufla con el azul del cielo, todos notan su presencia. Poco a poco, las caras se van girando y la contemplan con júbilo. Ahora, las palmas, los cánticos, las sonrisas están dirigidas a ella. Algunas caras le parecen conocidas, pero por mucho que lo intenta es incapaz de reconocerlas.
Como en una ensayada coreografía, van creando un pasillo que la orienta y le enseñan el camino. No lo duda, bailotea en el aire al son de los aplausos que no escucha, pero adivina, y se adentra entre el gentío hasta una zona espaciosa donde se encuentra una especie de altar. Sobre él yace un joven, de unos veinte años. Está acostado, bocarriba, y aunque lo aparenta no está muerto, pues su pecho se agita, aunque muy levemente. No ha perdido la lozanía de su piel y su cara se muestra tranquila. Su boca simula una tímida sonrisa.
La gente se ha arremolinado formando un corro alrededor de ambos. Ahora están totalmente quietos y callados. Expectantes. Durante unos pocos segundos, el silencio se adueña de la escena y la burbuja se mueve incierta y confusa. Se acerca al chico y, sin saber qué hacer, lo mariposea cuan largo es. Le roza las piernas, el pecho, las mejillas. Cuando en su ofuscación comienza a temblar, amenazando con romperse, el muchacho abre la boca intentando coger una última aspiración. Todos se cogen de las manos y levantan los brazos. En ese justo momento, la azulada y transparente esencia comprende.
Cogiendo velocidad, se eleva ligeramente y, comprimiéndose todo lo que puede, se precipita en la boca del chico. El aire contenido en la burbuja le infla el pecho y le hace dar un ligero estremecimiento. Sus brazos y piernas tiemblan tenuemente, para después volver a quedarse rígido. Todos aguantan la respiración, aunados con él en una incierta eternidad.
Al fin, este abre los ojos y comienza a coger bocanadas de aire, angustiado, presuroso. Dos chicas, de aproximadamente su edad, se abalanzan hacia él y lo reconfortan, mientras todos estallan en una algarabía de gritos, cánticos, aplausos y lágrimas de alegría.

El proceso siempre es brusco, doloroso, agresivo, enérgico…
Los recuerdos van explosionando dentro de mi cabeza. Como fuegos artificiales, las imágenes que antes parecieron despedirse, regresan impetuosas para llenar los huecos de mi memoria. Son tantas y tan intensas que tardan en recolocarse.
Logro incorporarme con dificultad y contemplo anonadado la ruidosa fiesta. Toda la ceremonia me abruma, me ciega, me ensordece, pero siento una inmensa felicidad.
Con los nuevos ojos voy reconociendo a mis compañeros, que danzan a mi alrededor. Ahora puedo escuchar nítidamente el bullicio, la música, los gritos, las risas… la bienvenida.
Poco a poco, todos se acercan a felicitarme. Me abrazan, me besas, me dan la mano.
La claridad y belleza de tantos colores me hacen lagrimar.
A pesar de haberlo hecho tantas veces, la renovación es desgarradora. Siempre tardo en tomar el control de mi nuevo cuerpo, de mi nueva existencia renacida.
Cuando lo consigo, me levanto y me uno a la fiesta. Soy joven de nuevo y mi cuerpo está lleno de energía, vitalidad, fuerza, intensidad… Tengo una vida entera por llenar.
Muchos la buscan, la desean, la ambicionan, pero no es fácil la inmortalidad.
Este relato sirve como pretexto para la propuesta del VadeReto de este mes:
Crear una historia relacionada con el color Azul.