Se cumple un año completo de este experimento llamado Acervo de Letras y no puedo estar más contento. Mi aportación al Blog ha sobrepasado mis propias expectativas y estoy inmensamente feliz por vuestra participación.
Los Retos han alimentado en su mayor parte el contenido de este rincón, pero también ha habido lugar para otros relatos propios que me han permitido avanzar en mi ilusión como escritor. Creo que puedo estar satisfecho con la producción literaria y, sobre todo, de mantener vivo y en constante actividad este sitio. Sobre todo, dados los anteriores intentos fallidos.
Este año he tenido también el placer de poder poner en marcha otro experimento que me apetecía mucho, incluso antes de empezar aquí. El VadeReto fue un homenaje a todos los retos que me han iniciado en la escritura y me ayudan a seguir aprendiendo. Ahora es ya una sección fija del Blog y poco a poco se está dando a conocer y, lo más importante, tiene participantes asiduos y satisfechos con los desafíos.
El 2019 me ha permitido, también, conocer a gente muy valiosa y talentosa. No los voy a enumerar aquí porque sería muy extenso y, además, seguro que se me olvidaría alguno y eso sería imperdonable. Con ellos he tenido el placer de compartir mis ilusiones literarias, pero, además, formar lazos de amistad inquebrantables. Esta es una de las cosas que más aprecio. Conocidos que se convierten en amigos y amigas que se transforman en hermanas o Ahijadas. Este regalo es impagable por encima de todo.
Por todo esto, tengo que estar muy contento con el 2019. Ha tenido también cosas malas, pero esas hay que desecharlas y enterrarlas.
¿Qué le pido al 2020? Pues en principio que siga como éste. Mantener todos los lazos creados con esas personas tan maravillosas y poder añadir algunas más. Seguir trabajando duro, aprendiendo y avanzando en la escritura. Ampliar el salón de lectura/escritura de este Acervo de Letras para que quepan muchos amigos más. Y que la salud, la estabilidad y el amor nos ayude a seguir peleando con nuestro día a día.
Espero y deseo de todo corazón, que todos podáis disfrutar de la consecución de vuestros proyectos, que muchos de vuestros sueños se puedan hacer definitivamente realidad y que podamos disfrutar con ellos. La literatura es un arte, pero también debe ser un lazo de unión entre todos los que de una forma u otra participamos de ella. Mejor, amigos que competidores. Entre todos, haremos un mundo literario mejor.
Rhaben no destaca por ninguna cualidad en particular. Es una niña como otra cualquiera. Le gusta jugar con sus amigas, pasear, leer e ir al cine de vez en cuando. Una de sus mayores pasiones son los pájaros. Se pasa horas y horas hablando con ellos. En el jardín, en el parque, en el bosque. Sería una afición normal y corriente, si no fuera porque parece que estos la escuchan y, según ella, le contestan.
Tras una inesperada y grandísima tormenta, el carácter de Rhaben ha cambiado. Anda despistada, pensativa e irritable. Habla de extrañas profecías y oscuras leyendas. Sus amigas se han apartado de ella y hasta su familia empieza a preocuparse.
Sus amigos, los pájaros, parecen haber emigrado y están siendo sustituidos por cuervos. Ella se empeña en asegurar que estos le cuentan cosas terribles que pronto se harán realidad. Todos creen que se está volviendo loca.
Solo cuando extraños sucesos empiezan a cambiar la vida cotidiana del pueblo saltarán las alarmas y sus conciudadanos querrán buscar su ayuda. Sin embargo, puede que ya sea demasiado tarde.
¿Podrá Rhaben cambiar la suerte del mundo? ¿Será ella la salvación de la humanidad o su condena?
Tal vez, los cuervos tengan las respuestas correctas.
En realidad, este libro no existe, al menos todavía, es uno de los retos de Jessica Galera (@Jess_YK82) en su blog Fantepika. En este caso el correspondiente al Desafío Literario Secundario de Diciembre: «Syn Opsis‘« A partir de la imagen dada como portada de un libro. Cread un título y una sinopsis. Si la inspiración se mantiene escribid también la novela. 😜
Hace, aproximadamente, un año que me aventuré en el mundo de la creación de historias sin demasiada convicción y con más ganas de jugar y divertirme que de tomármelo en serio y dedicar la mayoría de mis ratos libres a escribir.
Como comenté en el primer #VadeReto, un día me atreví a entrar en el blog de Jessica Galera con el sencillo objetivo de conseguir alguno de sus libros gratis. ¿Qué tenía que hacer a cambio? Escribir una pequeña y simple historia. Tal vez fue un acto impulsivo. Tal vez una jugarreta de destino. Lo cierto es que la ilusión que me contagió aquello y la ayuda e impulso que siempre me dan mis hermanas literarias, han hecho que en la actualidad tenga escritos, entre relatos y micros, más de 50 historias. Además de estar metido en varios prometedores proyectos, que me van a permitir aprender y compartir experiencias únicas con grandes autores/as de reconocida experiencia y sobrada creatividad. Por todo esto, son tan importantes para mí los retos en los que participo y los recomiendo como un maravillosos ejercicio de escritura y trabajo creativo.
Creé esta propuesta literaria como homenaje a todos esos retos y a las personas que los crean, porque me han permitido ir aprendiendo y creciendo como escritor. Sin embargo, con motivo del aniversario y dadas las fechas navideñas, que siempre son emotivas, deseaba hacer algo más. Algo muy especial. Por eso la creación de este Especial VadeReto.
Será especial por dos razones: por la forma de seleccionar los elementos que usaréis en la creación de vuestras historias y por el regalo al que podréis optar solo por participar.
— Empiezo por lo segundo:
La propuesta de este VadeReto Especial se prolongará desde la fecha de su publicación hasta el 19 de Marzo (fecha especial del que esto suscribe). Ese día celebraré un sorteo independiente al de los VadeRetosmensuales. ¿Cuáles serán los regalos? Aquí van:
En primer lugar, tendréis una agenda, o un cuaderno, personalizado, creado por Inés Poveda (@InesPoveda). Aquí tenéis algunos ejemplos de sus obras de arte en su cuenta de Instagram: Cuadernos Encantados.
En segundo lugar, podréis elegir un libro de entre todos los publicados por las cuatro autoras cuyos retos forman base para este VadeReto Especial.
Como en el anterior sorteo, yo os pondré en contacto con la autora y los gastos irán por mi cuenta. Suerte a todos y espero que os guste.
— Vamos ahora con los ingredientes que dispondréis para confeccionar vuestra receta literaria.
Tendréis que acceder a los mismos retos literarios en los que yo participo y extraer de ellos la información necesaria para elaborar vuestro relato.
● Blog Fantépika, de Jessica Galera. Desafío Literario Diciembre Tenéis que elegir uno de los cuatro arbolitos navideños que aparece, para saber cuál será el GÉNERO literario en el que crearéis vuestra historia.
● Blog de Adella Brac. Reto de Escritura 5 Líneas (Diciembre) Elegid una PALABRA, de las tres que propone Adella.
● El Blog de Lídia Castro. Reto Escribir Jugando (Diciembre) Debéis elegir una IMAGEN entre las propuestas por la carta y el dado.
● Divagaciones en Rosa. Blog de Sadire Llaire. Reto: Emociones en 50 palabra (Diciembre) Escoged uno de los dos AUDIOS propuestos.
Bien, tenéis un Género Literario, una Palabra, una Imagen y un Audio. Con todos ellos debéis confeccionar vuestra historia. Extensión: la de siempre. Mínimo de 100 palabras y el máximo que os de vuestra imaginación.
¿Os parece complicado? Bueno, es un #VadeReto y es Especial y los regalos que podréis conseguir también. Dejaros de poner peguitas. Poned contactos en marcha, calentad motores y empezad a carburar vuestra imaginación. Pero no os olvidéis de lo más importante: Divertíos escribiendo.
P.D. Os recuerdo que para participar tenéis que poner en los comentarios de esta entrada vuestro relato, o el inicio y el enlace a la entrada de vuestro blog (si lo tenéis). 😉
Gibis siempre había soñado con bailar. Sus piernas eran demasiado largas, pero su resignación muy corta. Lucía una tiara de cristal que halló una noche de luna llena. Cuando el astro incidía sobre la diadema, la noche se tornaba día y la convertía en la mejor bailarina de la región. El efecto solo duraba una noche cada veintiocho días, sin embargo, para ella era más que suficiente. El resto del mes se contentaba con pasear por la nieve y verse reflejada en el lago. Allí podía contemplar a una de las criaturas más bellas del planeta. Un impresionante Ibis escarlata.
Microrrelato para el Reto Literario «Escribir Jugando« de Lídia Castro (@lidiacastro79) Crea un microrrelato o poesía (máx 100 palabras) inspirándote en la carta. En tu creación debe aparecer la imagen del dado: una tiara. Reto opcional: Que aparezca una antítesis, es decir, una pareja de contrarios como: blanco/negro, día/noche, claro/oscuro, bien/mal…
«Era una noche tan fría que hasta los árboles tiritaban. Ningún animal se atrevía a salir de su guarida y las blancas calles dormían totalmente desiertas. Las chimeneas escupían convulsivamente las sobras de las casas y los cristales empañados de las ventanas impedían ver el interior de las familias.
»Esa noche tenía un trabajo que realizar y nada ni nadie en el mundo me impediría ejercer mi encargo. Tal vez fuera la última vez en mi vida, pero, ni el clima más despiadado ni el deseo por el calor de mi dulce hogar me harían desistir en mi cometido.
»Volví a comprobar mi puñal, la cuerda y mi ansiedad, y sin más demora, me adentré en el pueblo… »
… no tendría que andar una gran distancia, pero el peso de mi mochila y la nieve, que me cubría los tobillos, me harían más ardua la travesía. La breve luminosidad de las farolas y la ausencia de luna, escondida entre negras nubes, me envolvía en un ambiente lúgubre y ominoso. En los rincones sombríos de las callejuelas parecían escucharse los gemidos de tenebrosas criaturas. Hasta mi aliento, congelado por el frío, parecía burlarse delante de mí, dibujando borrosas figuras fantasmales. Iba a ser una noche muy divertida.
Después de varios interminables minutos, dónde me creí desorientado, llegué a la monumental puerta. Era totalmente negra y decorada, en sus jambas de piedra, por las figuras de espeluznantes criaturas. En una de sus hojas se había tallado una cabeza, mitad humana, mitad feérica, con la boca abierta. Este era el primero de mis objetivos. Busqué en uno de los bolsillos de mi mochila y saqué dos monedas de aspecto antiquísimo. A pesar del gélido clima, emanaban un cálido tacto que aumentaba al aproximarlas a la puerta. No me lo pensé y, con ellas en la palma de la mano, metí el puño en la boca de la escultural cabeza. Durante unos eternos segundos no ocurrió nada, pero, cuando pensaba que me habían engañado con la legitimidad de las piezas, los ojos del pétreo rostro se abrieron y su boca se cerró atrapándome por la muñeca.
Me sobresaltó aunque no llegué a asustarme, conocía el ritual. No puedo asegurar que algo o alguien me estuviera acariciando la mano desde el interior, pero la sensación era desagradable y sucia. Las figuras que, como centinelas, rodeaban la puerta, parecían cobrar vida. No quise prestarles atención y me acerqué despacio, pero decidido. Saqué un papiro de mi mochila y leí susurrando, a lo que debían ser sus oídos, la siguiente salmodia:
Los ojos de la imagen empezaron a dar vueltas y se quedaron bizcos. Me miraron fijamente durante unos instantes y se volvieron a cerrar adoptando la pose inicial. Su boca se abrió dejando libre mi mano. La saqué inmediatamente y comprobé que las monedas habían desaparecido. Acto seguido, las dos hojas se fueron abriendo, muy lentamente, dejando ver el misterioso interior del recinto.
Un letrero, también tallado en piedra, mostraba el nombre del lugar:
Mis investigaciones habían sido acertadas. Fueron muchos años de búsquedas infructuosas e inacabables, pero ahora estaba en el lugar indicado para la conclusión de mi penosa odisea. Rebusqué en mi mochila y extraje una gruesa y blanca vela y el segundo papiro. Una inoportuna brisa empezó a revolotear a mi alrededor haciendo dificultosa la labor de encender el cirio. Sin embargo, también estaba preparado para esto. Coloqué la vela en la palma de mi mano izquierda y, mojando los dedos de la derecha con saliva, enderecé el pabilo. Coloqué la hoja sobre él, sin tocarlo, y empecé a leer otra estrofa:
Lentamente, la mecha de la vela comenzó a arder iluminando toda la entrada y revelando varios pasillos que penetraban obscenamente en las oscuras entrañas de la necrópolis. El silencio era ensordecedor y mis pisadas lo profanaban violentamente. Las lápidas cubrían por completo las paredes de los corredores, desde el suelo al techo, creando ajedrezados tableros de muerte y reposo. Todas eran negras y, con la escasa luminosidad de la vela, parecían idénticas. Ningún dibujo, ningún grabado, ningún nombre. Se presentaban como una urbe de anónimos finados. Solo unos sencillos números, tímidamente esbozados, identificaban al morador de cada habitáculo. Nunca un lugar podría parecer más pacífico y solitario, sin embargo, al avanzar entre las tumbas, no podía evitar la extraña sensación de que me observaban.
Volví a hacer uso de mi memoria y recordé el itinerario que llegaba hasta el corazón del cementerio. Cogí el pasillo de la izquierda caminando recto hasta la primera bifurcación que giraba a la derecha, para coger luego otra vez a la derecha. Llegaba a una diminuta plazuela donde me esperaba la asombrosa figura de un Makara. La parte superior correspondía a un elefante, con los colmillos de oro; la parte trasera era un delfín, hecho de Peridoto, que iluminado por la vela creaba un arcoíris imposible que llenaba de reflejos verdosos todo el espacio. Un guardián inerte al que debía entregar otra ofrenda. Según la leyenda, debías evitar embaucarte en su belleza, podrías quedarte petrificado contemplándola eternamente. Le coloqué una aguamarina en una de las aletas que asemejaba un cuenco. Esto no activó ninguna puerta secreta ni siquiera modificó la disposición de los pasillos, era simplemente un acto simbólico reclamado por la leyenda. Sin embargo, no quiso obviarlo para evitar posibles sorpresas indeseables. Debía respetar las normas ceremoniales y rendir pleitesía al consagrado lugar.
Sorteé la figura y proseguí el siguiente pasaje formado por dos pasillos que componían una uve invertida. Desemboqué en otra plazuela donde se erigía un Wendigo. Una gigantesca bestia de figura humanoide y cabeza de ciervo. Sus grandes y terroríficos dientes acrecentaban la leyenda del devorador carnívoro. Sin embargo, el mayor peligro era su mirada. Dos impresionantes rubíes, rojo sanguíneo, sustituían a sus ojos. Decían las antiguas historias de los pueblos algonquinos que si te fijabas en ellos quedarías a merced de su voraz apetito. Sus inmensas garras se presentaban en actitud implorante. No lo hice esperar. Hurgué de nuevo en mi mochila y le puse entre sus garras un feto, cuya procedencia nunca desvelaré. Sin mirar, ni de reojo, su semblante, lo dejé a mi derecha y anduve el pasillo final que discurría totalmente recto hasta terminar en un jardín circular, plantado de abundante césped de color rojo y formando una pequeña colina.
Cogí la cuerda y creé con ella un recinto circular cerrado, concéntrico con el mismo borde del jardín. Me adentré en él, coloqué la vela en el centro y puse la mochila abierta sobre el suelo. Metí mis manos en ella y extraje con sumo cuidado el elemento final de mi misión: una dulce, tierna y simpática oveja de peluche ataviada con un sombrero rojo. La puse junto a la vela y me dispuse a iniciar la fase final de mi aventura. Saqué el tercer y último papiro del interior de mi mochila. Me arrodillé, delante de la figura. Realicé varias inspiraciones profundas y canté a dos voces el texto:
Con la culminación de la última nota, la oveja abrió sus ojos y empezó a balar ruidosamente. Me acerqué a ella y la volví a coger en mis brazos. Sin demora ni indecisión cogí mi puñal y se lo clavé en el pecho. Dejó de balitar, pero solo dio un par de gemidos. La volví a depositar rápidamente sobre el césped y me aparté de ella. Un espeso humo comenzó a salir por todos los poros del muñeco para ascender creando formas etéreas. Con un fogonazo, el animal se prendió y una llamarada lo hizo desaparecer haciendo todavía más espesa la humareda. Durante unos segundos las volutas de niebla fueron creando extrañas figuras que danzaron en el aire. Caras horrendas, aparecían y desaparecían con rictus de burla y locura. Surgían brazos y piernas configurando un ser multiforme sin aspecto definido. Danzaba y gritaba, girando en un torbellino de terror. Poco a poco, todos los miembros y caras fueron desapareciendo hasta conformar un solo cuerpo. Una mujer, desnuda y temblorosa, se hizo nítida cuando la niebla desapareció. Tendría unos treinta años, una larga melena morena y hermosas y bellas curvas. Saqué deprisa una capa grande y gruesa de mi mochila y la envolví con ella. Cuando entró en calor, le susurré con ternura:
—Natividad, ya eres libre, ¡miramé!
Abrió sus grandes y bellos ojos negros y me miró con dulzura y gratitud. Me dio en los labios un beso cálido y prolongado y me dijo:
—¡Al fin lo has conseguido! Me has liberado de la maldición. Cinco interminables años dentro de esa estúpida oveja. Has gastado todo tu dinero, tus energías y tus años de vida. ¿Y para qué?
—¿Para qué, mi amor? —Su semblante cambiaba paulatinamente y sus ojos…—. ¡Te has redimido de tus pecados!
—¿¡Mis pecados!? —Ahora sí que sus ojos daban miedo. Se habían vuelto totalmente negros. En lugar de mirarme parecía que me estuviera extrayendo la vida.
—Pero Natividad… Nati… Navidad… ¡Te he salvado!
—¿¡Salvado!? —Todo su cuerpo se estremecía entre espasmos violentos, al mismo tiempo que reía—. Navidad no tiene salvación, ¡idiota!
Su risa era histérica, violenta y estridente. Sus carcajadas resonaban en cada lápida y se multiplicaban propagándose por los pasillos. Su pelo se blanqueaba convirtiéndose en pajizo y andrajoso, alargándose indefinidamente, queriendo alcanzar el suelo. Su piel iba envejeciendo por instantes, adhiriéndose a sus huesos hasta convertirla en un inmundo esqueleto.
—Los pecados me consumieron hace ya mucho tiempo y me hicieron hipócrita, usurera, mustia, despiadada… —Su voz había perdido todo rastro de dulzura. Ahora era un sonido horrible que arañaba las tripas y reventaba los oídos—. Ya no soy la ilusa que arrancaba sonrisas y convertía en felices las desgraciadas vidas de los inocentes. Ahora me dedico a atraer a los insensatos como tú, para convertirlos en despojos humanos que terminarán el año ebrios, sebosos y endeudados de por vida.
Mientras hablaba, las tumbas crujían y las lápidas chirriaban al desplazarse de su sitio. Por los pasillos se oían pisadas que no auguraban agradables visitantes. Las astas del Wendigo se vislumbraban ya entrando en la plazuela y no creo que tardara mucho en aparecer, también, el Makara. Mis días parecían contados. A menos que…
Me abalancé rápidamente hacia mi mochila y busqué dentro. Sí, también tenía prevista esta eventualidad. Podía ser un amante impulsivo e ingenuo, pero no un estúpido mitógrafo. Saqué una enorme campanilla sujeta a una robusta cuerda roja, como las que portan las ovejas al cuello para poder ser localizadas. Sí, era una mochila mágica y guardaba muchas sorpresas.
—¿Sabes? Eres patético —me escupió el ahora decrépito esperpento—. ¿Crees que vas a poder ponerme eso al cuello para convertirme otra vez en oveja?
Lo dicho. A veces es bueno parecer estúpido. Ni pretendía colocársela como collar al escandaloso vejestorio, ni hacerla sonar como una campana cualquiera. La campanilla no tenía badajo. Su sonido no era de este mundo y tampoco necesitaba activarse con ninguna salmodia. Empecé a moverla compulsivamente y, por supuesto, no sonó. Parecía que no sonaba, pero los pilares que soportaban el techo empezaron a vibrar. Grandes grietas comenzaron a amenazar la sostenibilidad de la necrópolis. Las lápidas terminaron por abrirse, cayendo estrepitosamente contra el suelo. Piedra, polvo y huesos se unieron en una mezcolanza imprecisa. El esqueleto gritaba, el Wendigo bramaba y el Kamara… no puedo describir lo que hacía porque me olvidé de ellos y emprendí la huida.
¿Cómo conseguí escapar de aquella debacle? Esa es una historia sin interés que no precisa ser contada. Solo necesitáis saber que logré escapar, no sin algunos daños colaterales y bastantes magulladuras. No logré salvar mi Navidad. Tampoco ella quiso salvarse. Sin embargo, si por algo me caracterizo es por mi tozudez y perseverancia. Por eso me hallo aquí, con un ridículo gorrito, como el que llevaba la oveja, vestido de rojo y gritando ¡jo jo jo!
Aunque no creáis en mí, haced como si así fuera. ¿Qué podéis perder? Puede que seáis cínicos, hipócritas y hasta estúpidos engreídos, pero al menos durante un mes parecéis felices, queréis ser felices y contagiáis esa felicidad. El problema no es de la Navidad. El problema es vuestro, porque cuando llega el nuevo año os olvidáis de ese sentimiento. Creedme, podéis intentar ser felices en cualquier época del año.
No estoy aquí para redimir la Navidad. Estoy aquí para redimiros a vosotros.
Relato escrito para el reto VadeReto de diciembre de 2019 de este mismo blog. Estas son las condiciones propuestas: – Incluye las tres imágenes dentro de la historia. – Continúa el relato dónde el reto lo ha dejado.
El señor Elliot se ha quedado embobado mirando ese hermoso juguete de porcelana en el que una bailarina gira al son de una hipnótica melodía hasta que, finalmente, hace una reverencia y la cajita se cierra. El viejo se ajusta sus gafas redondas y esboza una sonrisilla desde sus finos labios antes de entrar en aquella vieja tienda de juguetes para llevarse a casa el objeto de su embelesamiento. Después, se sube las solapas de su raído abrigo marrón y regresa a la calle. Llama su atención un coro de niños entonando un bonito villancico al lado de aquel enorme árbol cuyas luces parpadean en el centro de la plaza, dotando al pueblo de una amalgama multicolor que por momentos lo ciegan.
El señor Elliot camina despacio a través de las calles mojadas, donde los copos que empiezan a caer se funden, y no tarda en llegar a la humilde casa en la que lleva viviendo más de cincuenta años. Desde la ventana, atisba ya esas orejillas que lo esperan impaciente. Su fiel Labo, un viejo labrador que lleva con él diez inviernos y al que el frío acobarda. Aquella tarde ha preferido dejarlo en casa y el animal lo recibe con el entusiasta movimiento de su cola mientras él se deshace en carantoñas.
Labo regresa al sofá, donde se ahovilla, mientras el señor Elliot se quita los guantes y se frota las manos, tratando de entrar en calor. Después, azuza el fuego de la chimenea y camina hasta la bolsa para sacar el bonito juguete, que coloca sobre la repisa, sonriendo. Su arbolillo trata de emular con osadía y orgullo al que engalana la plaza y aunque sencillo, para él es el más hermoso del mundo, pues fue el que su difunta esposa, Emily, escogió.
Se asoma a la ventana y se deleita en esa vida sencilla que discurre al otro lado del cristal. La noche de Navidad se acerca y él la pasará solo, como es habitual. A pesar de todo, pocas cosas son capaces de borrarle la sonrisa porque el señor Elliot ha hecho de los recuerdos un sostén para los días tristes y no una carga que lo debiliten.
La nevada arrecia y el señor Elliot acude a la campanilla de su horno, avisándole de que el asado está listo. Se sirve en un plato y le pone su ración a Labo, que ha cambiado su lugar en el sofá por la alfombra que queda frente a la lumbre. El viejo se sienta en su mecedora y mira al perrillo con ojos brillantes.
—Feliz Navidad, Labo.
**************
Un golpe despierta al señor Elliot, que se ha quedado endormiscado en su chimenea, con el plato sobre su regazo. Labo lo mira, con el cuello erguido y expresión inquieta. El hombre se levanta con dificultad, convencido de que han llamado a la puerta y cuando abre…
… el frío se adueña de toda la estancia instalándose cómodamente en el sofá, como si hubiera sido expresamente invitado. El señor Elliot mira hacia fuera, pero solo ve la oscuridad salpicada de motas blancas. Los copos de nieve crean una ligera lluvia blanquecina que, gracias a la inmensa y plena luz lunar de esa noche, parecen cortinas de luces que caen desde el cielo.
Cuando se dispone a mirar fuera, por si se trata de niños traviesos jugando al esconder, Labo lanza dos grandes y profundos ladridos dirigidos hacia la puerta, más concretamente, hacia la parte inferior del portal. El señor Elliot baja la vista y ve con inusitada sorpresa a un nisse, un pequeño y curioso duende. Apenas le llega a la altura de la rodilla, y eso contando con su gorro cónico rojo. Este se sustenta sobre dos grandes y puntiagudas orejas, que eliminan la primera impresión de que se trate de un niño. Podría parecerlo, por cara lampiña sin un solo pelo y unos inmensos y profundos ojos azules. Sin embargo, mirados con fijeza, muestran una extensa vida acumulada. Una chata y rechoncha narizota, junto con una risa traviesa y pícara, dan colofón a la extraña criatura. Debe alimentarse bien, porque su blanca camisa no consigue taparle la barriga. Le queda al aire libre con el ombligo como ojo vigilante y avizor. Lleva unos pantalones rojos, sujetos milagrosamente por tirantes, y unos escarpines del mismo color.
Ante los ladridos de Labo, el duende le hace burlas, moviendo sus manos y sacándole la lengua. El perro le lanza un nuevo ladrido y el duende le hace una pedorreta que suena tan fuerte que el animal sale asustado y se esconde bajo la mesa camilla.
—¡Pero bueno! —exclama el señor Elliot mostrando en sus ojos la sorpresa por la insólita aparición—. ¿Quién diablos eres tú? ¡Debo estar soñando!
—Puede que sí, puede que no —responde el duende con una voz mucho más aguda y grave de lo que aparenta su tamaño—, pero seguro que diablo no soy.
El señor Elliot se frota los ojos y se pellizca las mejillas, pero la extraña y pequeña criatura sigue allí.
—¿Tienes algo dulce? Me encantan los bastones de fresa. —El duende no espera la invitación y se cuela en el salón. Inspecciona todo con las manos en la espalda y aires de superioridad. Se queda mirando el árbol y dice de forma irónica—. Menudo gigante has colocado aquí, ¿eh?
—Escúchame, loqueseas. No voy a permitir que entres en mi casa para que te burles de mis adornos navideños —intenta el señor Elliot endurecer la voz para expresar su enfado, aunque en realidad le está divirtiendo el extraño personaje.
—Puedes llamarme Enno. Y no tienes que permitirme nada, ya estoy dentro —La risa que suelta es tan estruendosa que el pobre Labo, que había sacado su hocico por debajo de la falda de la mesa, se vuelve a esconder aterrorizado.
El duende da pequeñas carreras y tímidos saltos subiéndose por todos los muebles, desafiando su poca atlética apariencia. Toquetea todo lo que encuentra en su camino. El señor Elliot se queda absorto, sin decidirse a salir corriendo detrás de él para recoger lo que va tirando. Cuando Enno llega a la repisa ve la cajita de la muñeca de porcelana y no duda en hacerla bailar. Se queda totalmente embelesado ante el maravilloso juguete. Esta vez, el señor Elliot no lo duda, se acerca diligente y se lo arrebata de las manos ante la posibilidad de que en su torpe travesura lo rompa.
—¡Ey, que no soy un manazas! Tienes ante ti a un artesano profesional y te quedarías embobado viendo mis creaciones artísticas.
—Sí, vale, lo que tú digas, pero ¿puedes explicarme qué diantres haces en mi casa?
—Vale, vale. No te enfurruñes. También soy mensajero y vengo de parte de la Señora Fríolinda.
—¿Frío… linda? ¡No he escuchado ese nombre en mi vida!
—¡Y no me extraña! —ríe Enno—. No es una dama que suela pasear por las calles como cualquier vulgar viandante. Es toda una Señora. Yo diría que una Reina. Hasta una diosa… Pero no se te ocurra decirle que yo la he llamado así —dice bajando la voz y poniéndose un dedo en los labios—. No le gustan los títulos —termina entre susurros.
—¿Una Diosa? ¿Una Reina? Me estás volviendo loco, ¿De quién me estás hablando? ¿Es que me he metido en el loco e increíble sueño de un cuento de hadas?
—¡Que no es un sueño, señoringo! Soy más real que el cuatropatas que está ahí escondido —señala con burla al pobre Labo.
—Sí, claro, claro. Yo tengo que ser entonces un Papá Noel despistado y olvidado de su identidad.
—Mire usted, don peguitas. Me estoy poniendo nerrrrvioso y cuando eso pasa, mi lengua se vuelve rrrevoltosa y rrruidosa y se rrregocija haciéndome rrrabiar sin rrremedio. Le he trrrransmitido el mensaje y me voy. Allá usted con lo que haga.
—¿¡Pero qué mensaje!?
Enno se echa una mano a la frente y resopla…
—Si es que usted me distorrrrsiona la cabeza y no me deja hacer mi trrrrabajo corrrrectamente. —El señor Elliot se mantiene callado esperando, pacientemente, que el duende le diga algo que le haga entender toda esa pantomima—. Es un trrrrabajo sencillo, pero si me interrrrumpe a cada momento yo no …
—Tranquilo, Enno, toma y sosiégate. —El señor Elliot le da un cuenco lleno de gominolas de colores que el duende acepta y le agradece con una enorme sonrisa en su regordeta carita—. Si no te calmas no terminaré de entenderte nunca.
—Gracias —le responde el pequeñín y le hace un gesto de reverencia tocándose la frente con dos dedos. Engulle varias golosinas de un solo bocado y prosigue más calmado—. Cuando el reloj dé las campanadas de la nueva hora, la señora Friolinda le estará esperando con su trineo junto a la puerta de la cerca. Es usted libre de acudir a la cita o no, pero debería hacerlo. La señora es una dama exquisita, dulce y, extremadamente, educada, excepto cuando se enfada. ¡Mensaje transmitido!
Sin esperar ninguna reacción del señor Elliot el duende da un tremendo salto, desde la repisa de la chimenea hasta la puerta, que había quedado abierta todo el tiempo, y sale de nuevo de la casa. Elliot se queda inmóvil y mira con la boca abierta a Labo que, viendo ya su casa libre del travieso diablillo, ha abandonado la protección de la mesa camilla. Llevándose las manos a la cabeza el anciano cierra la puerta y, agitando su nívea cabeza, le dice a su perro:
—Labo, las cosas que pasan en Navidad, no tienen por qué tener explicación, pero esto creo que raya lo inimaginable—. El animal lo mira con la cara ladeada y suelta un par de bufidos. Es su manera de reafirmar lo que acaba de decir su amigo.
Apenas le da tiempo al señor Elliot de barrer las motas de nieve que han entrado en su sala cuando el reloj comienza su aviso horario: Tan, tan, tan. No se había percatado que estaba ya sumergido en la madrugada.
Aunque la puerta está cerrada, un escalofrío le recorre toda la espalda. No puede evitar recordar las palabras del duende. Pierde un par de segundos en disimular calma e indiferencia, pero no tarda en acercarse a la ventana para atisbar entre la cortina de nieve si hay alguien en la entrada del jardín. El pulso se le acelera y varias gotas de sudor le calientan la frente. Aunque no divisa quién hay sentado dentro, puede ver, allí delante esperándolo, un inmenso trineo adornado con luces, campanillas, y guirnaldas de colores.
El señor Elliot se gira buscando la complicidad de su compañero, pero este se ha vuelto a meter debajo de la mesa.
—Desde luego, Labo, eres todo un perro guardián. Quédate aquí, todo esto no es más que una casualidad. Seguro que es alguien que se ha perdido y busca una dirección. No te muevas de ahí que regreso en seguida.
El perro saca tímidamente la cabeza por debajo de la tela y sus ojos dicen sin palabras «tranquilo que yo de aquí no me muevo ni aunque sea el mismísimo Papá Noel».
El señor Elliot se enfunda en su abrigo y se pone los guantes. Coge las llaves de la casa y se encamina hacia el exterior. No está seguro de lo que se va a encontrar, pero tampoco se quiere quedar en la casa esperando que, quién esté en el trineo cansado de esperarle, invada también su hogar.
Cuando llega al vehículo, su asombro ya desborda su incredulidad. Una mujer de incierta edad, aunque madura, lo recibe con ojos risueños y dulce sonrisa. Con un gesto le ofrece asiento a su lado y le tiende las riendas del trineo.
—Disculpe señora, no he conducido uno de estos en toda mi vida y tampoco creo que tengamos confianza como para compartir este viaje.
—¡Oh! ¿no me diga que el gamberro de Enno no ha venido a presentarme?
—Bueno… sí… pero… ¿Es usted la señora Friolinda?
—Efectivamente, señor Elliot, y me gustaría que fuera usted tan amable de compartir conmigo un pequeño paseo. No se preocupe por las riendas, en realidad no son necesarias. Mis renos saben perfectamente el camino y no necesitan indicaciones, pero usarlas hará el viaje mucho más divertido.
Cuatro hermosos renos, más blanco que la misma nieve y casi traslúcidos, han aparecido delante del trineo y se encuentran dispuestos para tirar de él. El señor Elliot está tan absorto en la preciosa estampa navideña que no duda en coger las riendas y sentarse al lado de la señora.
—Haga un ligero movimiento con las riendas —le dice la dama guiñándole un ojo—. Es solo una pequeña señal para que empiece el paseo.
A Elliot se le ilumina la cara como a un chiquillo y con ambas manos pega un pequeño, pero brusco tirón. Los renos no se hacen esperar y, con un trote suave y silencioso, tiran del trineo que se desliza suavemente por la nieve. Atraviesa el campo colindante a su casa, cruza el desierto pueblo y se dirige sin pararse hacia la montaña. Los copos de nieve golpean la cara del señor Elliot, pero este está totalmente fascinado con el viaje. Todavía no se ha dado cuenta, pero los esquíes ya no tocan la nieve, el trineo está flotando en el aire. Cuando mira hacia abajo, en lugar de sentir vértigo, su semblante es ya una explosión de felicidad. No puede evitar reír a carcajadas, mientras mira a la señora que también disfruta del paisaje y de su alegría.
El señor Elliot se envalentona y, al mismo tiempo que agita las riendas, grita eufórico:
—¡¡¡Arre, arre!!! Vamos preciosos renos, estamos en Navidad. Subamos todavía más alto, quiero ver el pueblo desde el cielo.
Como si los animales lo hubiesen entendido, el trineo empieza a subir lentamente hasta situarse cerca de las nubes. El pueblo se ve como una maqueta de juguete y los pocos trabajadores que se afanaban en la limpieza y cuidado del mismo, parecen figuritas de un belén. Cuando ha dado varias vueltas sobre las casas, se vuelve hacia la señora y con lágrimas en los ojos le dice:
—¿Qué he hecho yo para merecer este regalo?
—Bueno. Es Navidad y, de vez en cuando, me gusta obsequiar a gente muy especial.
—Yo no soy especial —dice el señor Elliot con cara de incredulidad.
—¡Oh, claro que sí! La humildad es una de sus grandes cualidades. Es usted una persona honesta, amable, trabajadora. Siempre tiene un saludo cordial para sus semejantes. Da igual lo enrevesada que se vuelva su vida, la sonrisa no abandona su semblante. Siempre se muestra educado y amistoso y ayuda a todo el que lo necesita. Se merece usted un regalo muy especial.
—¿Usted cree? Solo intento ser fiel a mi carácter y ser una buena persona, como lo fueron mis padres y como lo fue mi Emily. Nunca hubo mejor ejemplo ni modelo a seguir. —Esto último lo dice con tristeza y amargura. Tanto su voz como su rostro tiemblan acentuando su dolor—. Aunque insista en que no me lo merezco, le agradezco de todo corazón este maravilloso viaje que me ha obsequiado.
—El regalo no es el viaje, Elliot —le dice Friolinda con una amplísima sonrisa en la cara y los ojos vidriosos—. Tome —añade dándole un inmenso bastón de caramelo.
El señor Elliot suelta una enorme carcajada.
—Disculpe señora, me gustan los dulces, pero no me puedo permitir comerme todo esto.
Fríolinda está disfrutando con el momento y no puede aguantarse una risa cómplice.
—¿Ve esa nube hacia la que nos aproximamos, Elliot? Apunte con el bastón hacia ella y pida un deseo. El más grande que albergue su corazón.
Esta vez, el señor Elliot no hace ningún comentario. Ya no albergan dudas en su incredulidad. Se gira enfrentando la nube. Levanta el bastón y, cerrando los ojos, busca en el fondo de su alma lo que más ansia. Espera unos segundos y, cuando los vuelve a abrir, el trineo se ha detenido sobre la aparente superficie de la nube. La dama y los renos han desaparecido. Mira a su alrededor buscando desconcertado algo o alguien. No le agradaba haberse quedado solo. De repente, a su izquierda, escucha unas tenues pisadas. Piensa que son de la señora Fríolinda, que regresa de su pequeño paseo fuera del trineo, pero, al girarse, su corazón está a punto de pararse. Se queda fijo, mirando la silueta que se va acercando haciéndose cada vez más nítida. Poco a poco, se va confirmando su primera percepción y reconoce, con nerviosismo, cada uno de los detalles que habían quedado guardados fielmente en su memoria. Su andar, pausado y rítmico; su ligero contoneo de caderas, sinuoso, pero elegante; su amplia figura, oronda y capaz de abarcarte en un cálido y placentero abrazo; y su rostro, regordete, sonrosado, con esos preciosos ojos ambarinos que medio se esconden tras el flequillo de una larga melena que ha perdido ya todo el color de la juventud.
— ¿Emily? —balbucea sacando apenas susurros de sus labios.
—Hola, Elliot, hace mucho que te espero.
—Pero, ¿de verdad eres tú? —Su voz suena como un murmullo sobre la nieve—. ¿Esto es real? —Las lágrimas empiezan a bañarle libremente la cara y, sin esperar respuesta alguna, se baja del trineo y se abalanza hacia su mujer.
Quiere tocarla, pero no se atreve y se queda delante suya, temblando de emoción. Tiene que ser ella la que tome la iniciativa. Le pone una de sus regordetas manos en el cachete y le transmite la más cálida de las caricias. Hacía tanto que no sentía ese contacto. El señor Elliot, le coge la mano entre las suyas y se la besa. Se miran intensamente, unos segundos, enfrentando sus ojos y ampliando lentamente sus sonrisas, y se abrazan como aquella primera vez, que tan lejano parece en el tiempo.
Saltan, bailan, ríen. Parecen volver a tener veinte años. En un impulso, el señor Elliot tira de Emily hacia el trineo y se montan en él. En cuanto están sentados, reaparecen los renos y el señor Elliot agita enérgicamente las riendas, gritando con pasión:
—¡Vamos, fantásticos amigos, crucemos el mundo!
El trineo arranca con violencia y tira al señor Elliot hacia atrás, que cae junto a Emily, que había permanecido sentada. Ambos estallan en carcajadas. Ya sentado sigue manejando las riendas con fogosidad. Los renos parecen responder a sus órdenes y aceleran el trineo que deja tras de sí una impresionante estela de estrellas de todos los colores. Atraviesan nubes. Esquivan las copas de los árboles tocando con la punta de sus dedos las hojas. Cogen entre sus manos nieve de las cimas de las más altas montañas. No se cansan de reír, de cantar y de llorar de emoción por el reencuentro. El viaje parece no tener fin hasta que los dos quedan acurrucados, abrazados y dormidos con su respiración acompasada como si fueron uno solo.
El señor Elliot, aunque dormido, no puede dejar de sonreír. La señora le ha dado el regalo que más ansiaba en su vida. Tiene miedo de despertar. No quiere abrir los ojos. Cuando lo hace, su sueño se torna en pesadilla y su sonrisa se transforma en el más amargo lamento. Está sentado. Solo. En su mecedora. En su casa. ¿Puede haber sido un sueño tan cruel?
Se levanta furioso. Lanza el plato, con los restos del asado, que todavía tiene en sus manos, contra las brasas de la chimenea. Se acerca al pequeño árbol y hace el intento de arrancarlo de su maceta. Sin embargo, no llega a hacerlo. En su lugar, coge la figurita de la bailarina de porcelana y , cuando se dispone a estrellarla contra el suelo, un ladrido de Labo lo para. Se gira y ve como su amigo lo mira fijamente, rogándole que se calme. Las lágrimas le caen por su cara sin consuelo y, lanzando un hondo y lastimero suspiro, vuelve a dejar la figurita en el estante de la chimenea. Piensa que fue bonito mientras duró, pero los sueños de Navidad nunca se cumplen.
Labo vuelve a ladrarle y el señor Elliot le hace un ademán con una mano para que se calle. El animal necesita salir al exterior, cree comprender. Casi sin fuerzas, se pone el abrigo y coge la correa. Busca al animal para ponérsela, pero Labo se ha vuelto a esconder debajo de la mesa. Elliot no tiene ganas de juegos. Se siente tremendamente cansado y cae de rodillas sobre el frío suelo. Se tapa la cara con las manos. Intenta controlar el llanto, sin éxito, pero, siente alivio en esa postura implorante. Siente como su compañero se acerca y con la cabeza le impele a levantarse. Elliot se aparta las manos de la cara y mira a Labo. Este tiene algo en la boca y las lágrimas no le dejan verlo con nitidez. Se limpia los ojos con la palma de las manos y ve como su viejo amigo lleva en la boca el bastón de caramelo que había portado en sus manos durante el sueño. Se lo arrebata de la boca y lo contempla incrédulo. Cree escuchar campanillas en el exterior. Se levanta de sopetón, abre la puerta e irrumpe en el jardín como un tornado.
Allí está el trineo. El señor Elliot ríe a carcajadas y llora al mismo. ¡No ha sido un sueño! ¿O sí? Sin esperar a resolver el dilema se mete en el trineo y se sienta. Inmediatamente, los renos vuelven a aparecer, como en el sueño. Labo se ha quedado en la puerta, sentado, esperando la reacción de su amo. Mirándolo con expectación. El señor Elliot lleva en una mano el bastón y en la otra las riendas. Mira hacia su compañero y mostrando una gran sonrisa, le grita:
—¿A qué esperas viejo amigo? En este viaje te vienes conmigo.
El animal sale corriendo y sin pedir permiso se encarama al trineo sentándose junto al señor Elliot. Este empuña el bastón a modo de regio báculo y le grita a los cuatro renos:
—Adelante mis estimados, ya sabéis cuál es el camino. Ella me está esperando y, esta vez, no pienso abandonar este sueño. ¡¡¡Corred, amigos, corred!!!
El trineo arranca súbitamente y, esta vez, se eleva sin dilación sobre los árboles hasta perderse entre las nubes.
Relato publicado en el Reto Literario «Desafío Literario Diciembre« de Jessica Galera (@Jess_YK82) Hay que continuar la historia comenzada por Jess (texto azul sombreado) y elegir uno de los árboles de Navidad disponible. En mi caso, el elegido contenía la categoría ROMANCE y el elemento, Una mujer que arrastra el frío consigo.
La marea de compulsivos compradores y eufóricos turistas amenazaba con engullirme. Todos sonreían deseando felicidad y prosperidad mientras devastaban la rutina urbana. Caminé en sentido contrario intentando huir de la corriente, pero esta era tan fuerte que me empujó hacia la orilla de los portales, dónde caí agotado por el esfuerzo. Allí quedé sentado en un momentáneo descanso junto a una desahuciada mirada que me hizo avergonzar por la hipocresía de las Navidades.
Os recuerdo, en primer lugar, que solo por participar en este reto podéis conseguir, totalmente gratis, un libro en papel dedicado por su autor. ¿Cómo? Mediante el sorteo que se celebrará el día 5 de enero de 2020. A él accederán, directamente, todos aquellos que hayan participado en el VadeReto al menos dos veces. Desde Octubre hasta la fecha indicada. Daré la oportunidad al afortunado de elegir entre varios ejemplares y lo pondré en contacto con el autor para que le indique los detalles y se lo mande directamente a su domicilio. Todos los gastos estarán cubiertos. ¿Cuáles serán los libros ofrecidos y sus autores? En esta entrada podréis ver sus portadas y sus sinopsis:
Mi más sincero y afectivo agradecimiento a todos los autores que han ofrecido sus libros.
Para aquellos que llegáis por primera vez a este rincón, os comento la forma de incluir vuestro escrito en el reto. Podéis hacerlo de dos formas: La primera, copiando el contenido completo de vuestro relato en el cajetín del comentario que aparece abajo del todo de esta entrada. La segunda forma, si tenéis un blog, web o página dónde publicar dicho relato, podéis poner solo el principio y a continuación el enlace a dicha localización. Podéis ver algunos ejemplos en los retos de meses anteriores.
Dicho esto, vayamos a la propuesta de este mes. Evidentemente, vamos de cabeza hacia la Navidad. Ya habrá alguno que haya comido más polvorones y turrones de los que le permite su salud. Muchos estarán preparando ya sus compulsivas compras para reventar sus tarjetas de crédito. Pues vale, hagamos que nuestra historia ocurra en estas fechas. No tiene por qué ser el típico Cuento de Navidad que inunda las pantallas de nuestros dispositivos, o sí. Vosotros decidís.
En esta ocasión os propongo lo siguiente:
1º) Tenéis que incluir las tres imágenes siguientes en la historia (todas):
2º) Yo empiezo el relato, vosotros tenéis que continuarlo:
«Era una noche tan fría que hasta los árboles tiritaban. Ningún animal se atrevía a salir de su guarida y las blancas calles dormían totalmente desiertas. Las chimeneas escupían convulsivamente las sobras de las casas y los cristales empañados de las ventanas impedían ver el interior de las familias.
»Esa noche tenía un trabajo que realizar y nada ni nadie en el mundo me impediría ejercer mi encargo. Tal vez fuera la última vez en mi vida, pero, ni el clima más despiadado ni el deseo por el calor de mi dulce hogar me harían desistir en mi cometido.
»Volví a comprobar mi puñal, la cuerda y mi ansiedad, y sin más demora, me adentré en el pueblo…»
Estas son las dos únicas condiciones. El género literario, los personajes, la trama, la ubicación, … todo corre a cargo de vuestra libre y loca imaginación.
Siempre doy como longitud orientativa: un mínimo de 100 palabras y un máximo de 500. Sin embargo, estamos en Navidad, regalaos la extensión que os dé la gana.
Avanti con el trineo y tened cuidado con los árboles. Que la imaginación os guíe hacia las chimeneas en dónde dejar vuestros regalos literarios. Afilad vuestras plumas y escribid esas increíbles y maravillosas historias que habitan en vuestras cabezas, pero, sobre todo, no os olvidéis de disfrutar haciéndolo.
Saludos y, JOJOJOoo, ¡¡¡Feliz Año Nuevo!!!
Mi Relato para el VadeReto:
NAVIDAD REDIMIDA
… no tendría que andar una gran distancia, pero el peso de mi mochila y la nieve, que me cubría los tobillos, me harían más ardua la travesía. La breve luminosidad de las farolas y la ausencia de luna, escondida entre negras nubes, me envolvía en un ambiente lúgubre y ominoso. En los rincones sombríos de las callejuelas parecían escucharse los gemidos de tenebrosas criaturas. Hasta mi aliento, congelado por el frío, parecía burlarse delante de mí, dibujando borrosas figuras fantasmales. Iba a ser una noche muy divertida…