Relato publicado en el Reto Literario «MiniReto de Marzo«
de Jessica Galera (@Jess_YK82)

Si me vieran mis compañeros de la Escuela de Magia se partirían el pecho de la risa. Cuando entré en este bosque, persiguiendo a un colibrí travieso y juguetón, no imaginaba que me saldría barba buscando algún indicio que resolviera el misterio de la carta que he recibido. Como todas las misivas que Töframaður nos envía, el texto no tiene pies ni cabeza. De hecho, no sé si lo estoy leyendo del derecho o del revés. Solo he seguido al pájaro que la portaba y ahora me encuentro entre árboles inmensos que a duras penas dejan entrar los rayos del sol.
Tengo claro que no he llegado a dominar el tungumál mágico y por eso no consigo que los símbolos que aparecen en el papel se transformen en algo legible. Pero tampoco debe ser difícil ver que algo no encaja con la espesura. Algún tipo de anomalía que me señale el camino. Algo que me aclare qué hago aquí en el bosque, en lugar de estar en la clase de galdur tækni.
Después de interpretar algunos signos del papel creo haber encontrado el camino. ¡Vaya! ¿Son imaginaciones mías o estoy escuchando una curiosa algarabía? Me acerco sigilosamente y, apartando la fronda, intento atisbar qué es lo que se esconde tras los arbustos.
Cuál será mi sorpresa, al ver bañándose en un pequeño lago, creado por una cascada, a unas preciosas hadas que cantan mientras se bañan. Alegres y entusiasmadas disfrutan salpicándose y zambulléndose en las gélidas aguas. Inexorablemente, me emociono con la escena y no me doy cuenta que la tierra bajo mis pies se está removiendo y, sin que me dé cuenta, termino cayendo de cabeza en el lago.

El susto es mayúsculo y las hadas gritan y salen corriendo del agua. Mientras, yo quedo sentado en el estanque con solo la cabeza fuera. Rojo como un balde lleno de pepitas de granadas. Guirnaldas de luciérnagas, tucu-tucus y poduridos que, antes de mi espectacular entrada, brillaban con precioso fulgor, ahora yacen mojadas y más apagadas que un guateque lleno de dementores. Con la conmoción, dos fénix que estaban apaciblemente amodorrados, han salido volando y bramando, y han prendido las carpas que estaban recién montadas. El fuego ha tardado segundos en dejar todo el emplazamiento más destrozado que el gimnasio de un minotauro loco.
Alguien me está gritando desde el borde del estanque. El agua que chorrea por mi cara me impide ver claramente quién es, pero su enorme vozarrón y la costumbre que tiene de gritarme continuamente, hacen que reconozca al director Leikstjóri. Es un vejete de casi dos metros de envergadura con pelo y barba blanca que le llegan hasta casi la cintura. Sus ojos verdes centellean de exasperación y parece a punto de convertirse en un temible dragón.
Cuando consigue calmarse y me explica la situación, comprendo que tengo que ser más aplicado en mis estudios. La misiva que he querido traducir no iba dirigida a mí, sino a mi compañero de habitación, nemandi de tercer año. Y es una invitación para la fiesta de fin de curso que se celebrará dentro de dos lunas. Ni que decir tiene que, encima que me he colado antes de tiempo, he estropeado todos los preparativos. Creo que mi graduación como indiscutible mago va a retrasarse durante muchos años.