Si me
vieran mis compañeros de la Escuela de
Magia se partirían el pecho de la risa. Cuando entré en este bosque,
persiguiendo a un colibrí travieso y juguetón, no imaginaba que me saldría
barba buscando algún indicio que resolviera el misterio de la carta que he
recibido. Como todas las misivas que Töframaður
nos envía, el texto no tiene pies ni cabeza. De hecho, no sé si lo estoy
leyendo del derecho o del revés. Solo he seguido al pájaro que la portaba y
ahora me encuentro entre árboles inmensos que a duras penas dejan entrar los
rayos del sol.
Tengo
claro que no he llegado a dominar el tungumál
mágico y por eso no consigo que los símbolos que aparecen en el papel se
transformen en algo legible. Pero tampoco debe ser difícil ver que algo no
encaja con la espesura. Algún tipo de anomalía que me señale el camino. Algo
que me aclare qué hago aquí en el bosque, en lugar de estar en la clase de galdur tækni.
Después
de interpretar algunos signos del papel creo haber encontrado el camino. ¡Vaya!
¿Son imaginaciones mías o estoy escuchando una curiosa algarabía? Me acerco
sigilosamente y, apartando la fronda, intento atisbar qué es lo que se esconde tras
los arbustos.
Cuál
será mi sorpresa, al ver bañándose en un pequeño lago, creado por una cascada,
a unas preciosas hadas que cantan mientras se bañan. Alegres y entusiasmadas
disfrutan salpicándose y zambulléndose en las gélidas aguas. Inexorablemente,
me emociono con la escena y no me doy cuenta que la tierra bajo mis pies se
está removiendo y, sin que me dé cuenta, termino cayendo de cabeza en el lago.
El
susto es mayúsculo y las hadas gritan y salen corriendo del agua. Mientras, yo
quedo sentado en el estanque con solo la cabeza fuera. Rojo como un balde lleno
de pepitas de granadas. Guirnaldas de luciérnagas,
tucu-tucus y poduridos que, antes de mi espectacular entrada, brillaban con
precioso fulgor, ahora yacen mojadas y más apagadas que un guateque lleno de dementores. Con la conmoción, dos fénix que estaban apaciblemente amodorrados,
han salido volando y bramando, y han prendido las carpas que estaban recién montadas.
El fuego ha tardado segundos en dejar todo el emplazamiento más destrozado que el
gimnasio de un minotauro loco.
Alguien me está gritando desde el borde del estanque. El agua que chorrea por mi cara me impide ver claramente quién es, pero su enorme vozarrón y la costumbre que tiene de gritarme continuamente, hacen que reconozca al director Leikstjóri. Es un vejete de casi dos metros de envergadura con pelo y barba blanca que le llegan hasta casi la cintura. Sus ojos verdes centellean de exasperación y parece a punto de convertirse en un temible dragón.
Cuando consigue calmarse y me explica la situación, comprendo que tengo que ser más aplicado en mis estudios. La misiva que he querido traducir no iba dirigida a mí, sino a mi compañero de habitación, nemandi de tercer año. Y es una invitación para la fiesta de fin de curso que se celebrará dentro de dos lunas. Ni que decir tiene que, encima que me he colado antes de tiempo, he estropeado todos los preparativos. Creo que mi graduación como indiscutible mago va a retrasarse durante muchos años.
Los
Huldufólks habían llegado al reino
sin que nos diéramos cuenta. Y ahora campaban a sus anchas por toda la región.
Eran criaturas traviesas y simpáticas, pero su algarabía y el escándalo de sus
chanzas hacían que a la larga trastocaran la vida tranquila de los lugareños.
El Konungur se irritaba cada vez que
le interrumpían la siesta con sus diabluras y trastadas y de un humor del
demonio les gritaba a sus guerreros que limpiaran su reino de esa infesta
plaga.
Riddari era uno de sus caballeros más
respetados y valerosos. Todos lo veían como símbolo del coraje y la valentía y
lo tenían como el héroe a imitar. Y también era el más egocéntrico y narcisista
de los paladines del Reino. Partió una mañana temprano, decidido a limpiar el
feudo, y no se sabe muy bien cómo, pero consiguió convencer a las traviesas
criaturas para que se mudaran al Reino vecino. De esta forma, regresaba cansado
y sediento, montando su refinado caballo Hestur.
Había atravesado bosques y desiertos y, necesitado de agua para beber y
refrescarse, se acercó a un lago.
Al
desmontar de su rocín con su flamante gallardía estuvo a punto de pisar un
alacrán que tomaba el sol plácida y despistadamente. Los gritos del caballero
se oyeron hasta en el espacio. Matar una Banshee
de dos metros o a un Lethifold
hambriento era una gesta prodigiosa, pero enfrentarse a un escorpión asqueroso
y apestoso era otra cosa bien distinta. Acompañando los alaridos empezó a hacer
un baile ritual. Bueno, eso parecería a cualquier observador que lo estuviera
viendo de lejos. En realidad, en su histérica reacción, saltaba, corría, daba
vueltas y convulsionaba en sincopada armonía con sus sonidos guturales.
En
una de estas maravillosas volteretas tropezó con el caballo que, asustado a su
vez, le propinó una coz en plena barbilla que, de no ser porque llevaba puesto
su casco de combate, hubiera encestado con su cabeza sobre un enorme loto que
flotaba en la superficie del agua. Lo que no pudo impedir es que el amuleto
lunar, que le había robado a uno de los Huldufólk,
se desprendiera de su cuello y cayera en el fondo del lago. La piedra blanca,
al contacto con el agua, comenzó a brillar como la misma luna que reinaba ya en
el cielo. En el fondo su resplandor iluminó a Sirenhya, que reposaba aburrida y medio adormilada en el fondo. Al
mismo tiempo escuchó los clamorosos bramidos del caballero. Así que con el
amuleto en la mano salió a la superficie para averiguar qué pasaba allí fuera.
Cuando
salió del agua, el caballero había desaparecido y en su loca carrera histérica
había abandonado al caballo junto a la orilla. Este la miró sorprendido y ella,
en su conjunta sorpresa, tardó en darse cuenta que estaba de pie sobre la
arena. Tenía piernas, pies y ochos preciosos dedos. Sí, ocho. Parece que el
amuleto no era partidario de los meñiques. También su cara había cambiado. Ya
no tenía el aspecto de un tritón mitad pez mitad batracio. Ahora era una joven
adolescente que, aunque no demasiado atractiva, podía pasar por humana. Con una
larga melena negra como el fondo de un pozo que le llegaba hasta el… sí
también tenía uno. Regordete y respingón. No estaba mal.
El
caballo, despertando de su sorpresa, le dijo buenas tardes y, acto seguido, hincó una de sus rodillas delanteras
en tierra, invitando a la chica a que subiera a su grupa. Sirenhya, después de un dubitativo momento de raciocinio, pareció
entender su invitación y, usando la rodilla como escalera, subió a la silla de
montar. Sin embargo, el equino tuvo que avisarla para que desmontara y volviera
a hacerlo de nuevo, pero esta vez de frente. Sería más cómodo y práctico.
Bueno, era la primera vez que subía a un caballo, como nueva humana no podía hacerlo
todo perfecto.
El caballo la llevó al trote
siguiendo las huellas dejadas por el cardíaco bailarín de su jinete. De esta
forma, llegaron al pueblo de Götur.
Siendo la hora cuarta, cuando la luna ya reinaba plena en el cielo. Las calles
estaban atestadas de gente. Todas las tiendas y comercios ofrecían sus
mercancías haciendo pugnas entre sus dueños por ver quién gritaba más fuerte.
Cuando llegó a la explanada de la plaza mayor Hestur de repente se quedó quieto. Sirenhya, no sabiendo que hacer, decidió bajarse del caballo. Eso
sí, al cuarto intento y evitando estampar su maravilloso… sí, redondo y
respingón, en el suelo. Manteniendo una posición digna y erguida se aventuró
por las calles de la ciudad.
Después
de vagabundear un rato divisó una tienda muy especial que exponía objetos muy
raros. Se acercó y contempló las maravillas. El tendero, al verla, quedó
deslumbrado por la piedra lunar que portaba en su cuello y que cada vez
brillaba con más fuerza. Empezó a hablarle, pero la chica no le entendía. No hablaba
demasiado en las profundidades del lago y de todas formas, nunca había
escuchado a una criatura gritando como aquella. Como buenamente pudo el
comerciante le hizo comprender que quería cambiarle la piedra por una de sus
mercancías. La chica no quería desprenderse del amuleto, pero una caja muy
especial que la llamaba desde una de las estanterías había atraído su atención.
Cuando el hombre vio que la miraba, la cogió y se la acercó. Sirenhya quedó deslumbrada por la
superficie labrada y dibujada en la caja. Nunca había ansiado poseer nada y
ahora tenía una piedra y le ofrecían una caja. Bueno, hay quien se contenta con
menos. El comerciante le insistió y cuando consiguió que la chica cogiera la
caja le arrebató el amuleto de su cuello.
Todo
ocurrió muy rápido. La chica no sintió nada, pero los restos de su anterior
vida desaparecieron. Y esta vez, se convirtió en una preciosa y elegante mujer.
Sus facciones dulces y agraciadas se magnificaron con su porte elegante y
distinguido. Ya no era una adolescente, pero había ganado en belleza y sus ojos
revelaban una inteligencia sobresaliente.
El
comerciante por su parte, con el amuleto en la mano, vio como desaparecían sus
piernas, pies y dedos y pasaban a convertirse en una estupenda cola de pez. Eso
sí, aunque le habían salido pechos y tenía unos preciosos ojos verdes, siguió
con su larga y negra barba, que le cubría media cara. Cuando comenzó a gemir y
emitir gritos roncos y desagradables, dado que había perdido la capacidad del
habla, atrajo la atención de las autoridades de la plaza. Cuando los guardias
lo vieron, sorprendidos y escandalizados, decidieron llevárselo al
acuario-circo de su alteza real el heiður
de la plaza, en donde pasaría el resto de su existencia asombrando y asustando
a sus visitantes.
Sirenhya se quedó con el negocio del
comerciante y a los pocos años ya poseía casi todas las tiendas de la comarca.
Compró el terreno del lago y montó un MegaMercado y un Parque Acuático. Y se
hizo inmensamente rica y poderosa.
Hestur, al intentar escapar de unos
ladrones que intentaron capturarlo para usarlo como animal de carga, descubrió
una nueva habilidad innata y se unió al grupo de danza y baile de animales
exóticos del Hámarks Sirkus.Y de esta
forma viajó por todo el reino haciendo felices a niños y mayores.
Hay
quien dice que todo esto no es más que una leyenda infantil. Sin embargo, otros
declaran haber visto al caballero Riddari
corriendo por entre las dunas. Y como ya no tiene el amuleto, además de ser
perseguido por los alacranes, lagartos y arañas del desierto, también le
acompañan demiguises, occamy, clabbert y otras criaturas que creen distinguir algún tipo de baile
ritual en los gritos y saltos estrambóticos del hidalgo personaje.
Son malos momentos para escribir. La mente divaga sin rumbo saltando de un mundo a otro. Son universos imaginarios, claro, pero te atrapan de tal forma que tienes la sensación de que son tan reales como tu propia vida. Aunque si lo piensas, ¿es tu vida tan real como crees? Tienes que ser firme y aguantar tus ganas de perderte en ellos porque son irreales e incluso terroríficos. Pero piensas que tu mundo real, a veces, puede llegar a ser aún más aterrador.