Relato publicado en el Reto Literario «Lo que ves es lo que Lees«
de Jessica Galera (@Jess_YK82)
Llevábamos
demasiadas jornadas navegando sin rumbo. La tripulación empezaba a mostrarse inquieta
e indisciplinada. Afortunadamente, cuando se acabó la última gota de agua
potable, había suficiente Ron para hidratar nuestras viejas gargantas. El dulce
licor también permitió tranquilizar las almas y rebajar el bravío de la
dotación.
De
esta forma, medio ebrios y cansados divisamos de repente su borrosa silueta. Como
aparecido del fondo y enmarcado por una bruma sinuosa y espesa se presentó el Sombra
Negra. No hizo falta que el vigía avistase. Todos estaban en cubierta y
pudieron contemplar su siniestra impostura. Y se preguntaron si ese monstruoso
navío era real o una quimera producto de su embriagada imaginación.
A
la orden del capitán quisimos abordarlo y el terror invadió nuestros corazones.
Le gritábamos desde la borda pero solo recibíamos el eco de nuestros aullidos.
La recompensa por su captura y el tesoro que decían dormía en su tripa nos
insufló la suficiente valentía para empujarnos a penetrar en su tétrica
cubierta.
Mientras
lo hacíamos, nuestras voces rebotaban por toda su osamenta golpeando nuestros
oídos y lacerando nuestro coraje. La falsa niebla que, como un velo, envolvía
su esqueleto, hacía que no pudiéramos ver más allá de nuestro aliento. Pero
cuando al fin pudimos enfrentarnos a las caras que nos miraban como en un reflejo,
con nuestra misma sorpresa y pavor, pudimos comprobar que las voces que
escuchábamos no eran ecos sino las nuestras. Más gastadas y torturadas por los
años. Porque ese navío no era sino nuestro reflejo en el mar. Nuestro espejo en
el tiempo. La imagen que tendremos dentro de cientos de años cuando nuestro
barco se convierta cual espectro en otro de los buques fantasmas que pueblan
las leyendas de los marinos.